05 diciembre 2024

Sonata en Tokio: de cómo el vacío redime

La cámara recorre lentamente la casa de los Sasakis con unas leves notas de fondo de Kazumasa Hashimoto. Todo parece estar en orden, pero pronto somos testigos de cómo el viento mueve unos periódicos y cómo la lluvia entra por la ventana. Luego aparece Megumi (Kyōko Koizumi), ama de casa y madre de familia, para limpiar el piso. El plano secuencia es interrumpido y, de pronto, estamos en una oficina. Ahí Ryuhei Sasaki (Teruyuki Kagawa) se entera de que ha sido despedido y regresa a casa sin decir absolutamente nada.

Con esa representación de algo que trastoca el orden, sin saber cómo ni porqué, inicia Sonata en Tokio (2008) de Kiyoshi Kurosawa. La vida de los Sasakis parece haber cambiado: Ryuhei sale todos los días de casa sin decir nada del desempleo; Takashi (Yū Koyanagi), el hijo mayor, planea enrolarse en el ejército estadounidense; Kenji (Kai Inowaki), el hijo menor, acude a tomar clases de piano. Todos hacen silencio sobre sus vidas. Todos fingen sus vidas dentro de casa. Todos, menos Megumi, que parece haberse resignado a ser madre y no ella misma.

La historia continúa y cada uno de los personajes va tomando un lugar en ella. Ryuhei comienza a trabajar de intendente en una plaza comercial. Takashi se marcha para combatir en nombre del ejército estadounidense. Kenji toma clases de piano descubriéndose a sí mismo. Todos se transforman, pero Megumi no. Ella sigue asumiendo su rol de madre de familia. No más, no menos.

De esta forma, delicada, suave y sin pretensiones, Kurosawa —quien, por cierto, no guarda familiaridad con Akira Kurosawa— muestra algunos de los problemas de la sociedad japonesa: el desempleo y el machismo. Ryuhei se niega a decir que se ha quedado sin empleo porque lo considera deshonroso como el patriarca de la familia Sasaki. Megumi se queda relegada a su papel de madre porque “debe” mantener a la familia unida.

Sin embargo, un día todo se disloca más de lo que ya estaba y el orden de las cosas cambia. El mundo se altera y, con ello, llega la posibilidad de redención. Un asaltante entra a la casa de los Sasakis y secuestra a Megumi. Ryuhei se encuentra un sobre lleno de dinero y Kenji decide escapar de casa. En ese desvencijado momento, Megumi, para sorpresa de todos, cobra relevancia. Para ella, todo cambia, conduce el auto de sus sueños, va a la playa y se pregunta por sí misma. Es ella por primera vez.

En esa parte de la historia se viven muchas historias y cada uno vive su propio viaje a Ítaca. Cada uno es héroe y antihéroe. Los tres se redimen dentro de su propia historia y, al final, regresan a casa. Ninguno dice nada, pero saben que algo cambió para siempre, así hasta llegar a la escena final: Kenji toca “Claro de luna” de Debussy en una audición para entrar a la escuela de música. Todos, incluidos sus padres, están conmovidos. Se hace silencio y en ese vacío ocurre todo. Algo ha cambiado, al fin.