07 noviembre 2024

La profesora de parvulario: un cuestionamiento a la sociedad sin poesía

Romper el hilo de la rutina es difícil. Llega un momento en el que el día anterior y el próximo son casi idénticos. Nada hay de especial y emocionante ya. Por eso, cuando algo rompe el hielo, se resignifica nuestro concepto de vida.  De pronto, lo que había perdido sentido, lo recupera de forma disruptiva. En esa vorágine, entre lo monótono y lo que disloca, se detiene la historia de La profesora de parvulario (2018) de Sara Colangelo, un remake de la película israelí del mismo nombre del director Nadav Lapid.

Con una narración e imágenes planas, Colangelo muestra la vida de Lisa Spinelli (Maggie Gyllenhaal), una sensible maestra de preescolar, que se encuentra hastiada de su vida. El amor de su esposo le es insuficiente, la personalidad de sus hijos le incomoda, su trabajo le aburre. Lo único que parece sacarla de su loop, es asistir a un taller de poesía para adultos con un escritor de bajo perfil llamado Simón (Gael García Bernal). 

La profesora Spinelli está frustrada. Quiso ser una artista y, en cambio, da clases en un prescolar donde nada cambia. En el taller, el panorama tampoco es distinto, pues sus poemas no son nada extraordinario. Sin embargo, le molesta la banalidad de quienes la circundan, sobre todo el hecho de que sus hijos estén apegados a las redes sociales y sean afectos al ejército de Estados Unidos. Se obsesiona con la sensibilidad artística y le sorprende la carencia de la misma en el mundo.  

Pero todo cambia cuando descubre que uno de sus alumnos, Jimmy (Parker Sevak), un pequeño de cinco años, tiene un talento innato para crear poemas. En una ocasión lo escucha recitando un poema al aire y desde entonces genera una fijación casi enfermiza por él. Comienza a apartar a Jimmy de sus compañeros para incentivar su sensibilidad poética e, incluso, se atreve a llevar los poemas del pequeño a su taller de poesía.

Se apropia de los textos de Jimmy y se encuentra con que son bien recibidos en el taller. En ese momento, su vida y ella misma comienzan a dislocarse. Todo parece más emocionante que antes de descubrir el talento de su alumno. Tiene un romance con Simón y la invitan a leer en un club de poesía. La vida —su vida— de pronto parece emocionante.

Lisa se obsesiona con el talento del pequeño, pues de pronto eso le da un sentido a su aletargada vida. Sabe que a nadie, excepto a ella, le interesa su talento. Esa fijación la lleva a hacer cosas cuestionables para “apoyar” a Jimmy: toma el lugar de su niñera, lo saca de clases, lo lleva a recitar poemas a un bar. Todo sin el permiso de sus padres.

Pero la ambiciosa misión de incentivar el sentido poético de Jimmy se rompe cuando su padre decide cambiarlo de escuela. En ese momento, Lisa decide secuestrar al niño para evitar que su talento quede en el olvido; pero éste llama a la policía para avisar que estaba retenido contra su voluntad. Ella, al darse cuenta, le grita desde otra habitación que a nadie le va a importar su talento. Sin embargo, no hace nada y espera a que suceda la tragedia. Justo en ese final, en ese espacio vacío, es donde Colangelo coloca el punto nodal del porqué la poesía casi nunca hace evidente su sentido.