21 noviembre 2024

Megalópolis

Las reacciones alrededor de Megalópolis (2024) de Francis Ford Coppola son tan contradictorias que antes de verla es posible esperar algo fuera de serie o algo desastroso. Pero debo decir que esas opiniones debieron estar permeadas por el afecto al director y no por una crítica medianamente objetiva, pues se omitió ser del todo duras con una película con más deficiencias que virtudes.

Ese sesgo condescendiente es uno que yo también me permitiré para hablar de la última película de Ford Coppola. No es buena, de hecho está lejos de ello, pero tiene un propósito autoral —por decirlo de algún modo—, que es la de exponer una visión propia del mundo actual y, a la vez, una propuesta para redimir a la humanidad.

En el pasado, siempre hubo quienes enaltecieron a los que les precedieron en la búsqueda de mejorar su presente. Ejemplo de ello es Virgilio sobre la obra de Homero. La idea era, justamente, refrendar la grandilocuencia de Roma a través de una narración épica. Pero en el mundo de hoy, los ídolos están en el ocaso.

Con esa idea en mente y enalteciendo a la antigua Roma, Coppola creó un escenario retrofuturista en el que el protagonista, Cesar Catilina (Adam Driver, un destacado arquitecto ganador del Premio Nobel por el descubrimiento del megalón) quiere hacer de la ciudad Nueva Roma —analogía de Nueva York—  una especie de paraíso, posible a través del diseño urbano.

Como sus adversarios, se encuentran el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito) y otros más, quienes se oponen a la ciudad propuesta por Cesar. No están de acuerdo, pues esos otros piensan en la ganancia y no en la utópica ciudad que podría edificarse con megalón.

El conflicto, aunque no parezca débil, sí está construido de una forma errónea. Parece que todo quedó en una idea y no en una historia. Cesar no tiene prácticamente oponentes y todo parece salirle bien. La trama no termina nunca de afianzarse y los personajes femeninos cumplen el clásico rol de salvar al hombre.

La película es tan deficiente que lo único posible al ir al cine es pasarse más de dos horas intentando descubrir en qué momento pasa algo, qué es lo interesante y qué se está intentando decir. Sin embargo, lo único que se pone en la mesa es una fijación edulcorada de Roma, en la que los personajes citan frases como quien tiene un manual de citas célebres sin haberse adentrado en lo más profundo de la historia.

Pese a que no podría recomendarle a nadie que vaya al cine y se siente dos horas a verla, lo cierto es que habría dejarnos interpelar por Coppola en el punto en el que nos dice que en estos días carecemos de referentes, de utopías y de pasión. Pues se necesita algo más que pretensión para gastarse una fortuna en algo que, de antemano, se desconoce si va a redituar.