En cierta noche, en esos momentos en los que la mente divaga, empecé a acariciarme el cabello. De pronto, todo mi cuerpo se electrizó, como si estuviera total y absolutamente conectado… y recordé aquella ocasión en la que, por una caricia, sentí algo similar.
De inmediato vinieron a mi mente tantos recuerdos placenteros: algunos que ni siquiera sabía que habían sucedido, otros que tomaba de la fantasía y que volvían el momento aún más satisfactorio. También recordé cómo me sentía al ponerme ese vestido que, si bien no era provocativo a la vista, me hacía sentir como una diosa. Hasta mi forma de caminar cambiaba: se volvía más segura, más firme… esa que provoca que todos volteen a mirarte, o al menos eso sentía yo. Me di permiso de erotizarme, y estoy segura de que, en mi andar, también erotizaba a alguien más.
Eso es parte del erotismo, ese que tantas veces no nos damos permiso de vivir. Nos han enseñado a no ser “provocativas”, limitándonos así al disfrute de nuestro propio cuerpo y, en muchas ocasiones, al de nuestra pareja.
Hablar de erotismo va mucho más allá de desnudar un cuerpo. Es empoderar a una mujer con su sonrisa, su caminar, la forma en la que habla, se viste, se relaciona consigo misma. Ahí, justo ahí, surge la magia.
Darse permiso de sentir y de provocar deseo sin los tabúes ni los estereotipos que nos han enseñado socialmente permite vivir una sexualidad plena. Y una sexualidad plena favorece las relaciones de pareja, las vuelve más sanas, más funcionales. Esa complicidad que se genera no siempre necesita de un lenguaje oral; a veces basta una mirada para entenderse. Por eso es tan importante conocer a nuestra pareja. Y si aún estamos en ese proceso, se vale preguntar, investigar qué le gusta o qué le disgusta.
Muchas veces damos por hecho que a “todas” las mujeres les excita que les besen el cuello, o que a todos los hombres los vuelve locos el sexo oral. Pero en muchos casos eso lo aprendimos de un video o lo leímos en alguna revista. De ahí la importancia de conocerse en pareja: de eso depende, muchas veces, el poder sentir y dar placer mutuamente.
Existe un reclamo muy común por parte de los hombres: que a sus parejas “no les dan ganas”. Y yo siempre me pregunto: ¿y tú qué haces para que le den ganas? Se trata, precisamente, de crear condiciones eróticas: un mensaje sugerente, una caricia, ese perfume que sabes que le encanta, una cita romántica inesperada… en fin, podría enlistar mil cosas con las que pueden erotizarse. Pero, como ya lo mencioné, eso dependerá de cada pareja, y no solo es responsabilidad del hombre: también es responsabilidad de la mujer. Porque el placer en pareja es cosa de dos.
Hay que darse permiso. Permiso para experimentar un erotismo libre de tabúes, de prejuicios. Sobre todo cuando se trata de erotizar a nuestra pareja. Y si en algún punto se dificulta este proceso, siempre es importante consultar a una o un especialista que acompañe ese descubrirse, tanto como persona como en pareja.
Vivir la sexualidad de forma plena es un acto de valor, de rebeldía, pero también de responsabilidad y respeto hacia una misma y hacia las personas con quienes decidimos relacionarnos, tanto erótica como emocionalmente.