Mujer saliendo del psicoanalista, Remedios Varo, 1960.
En unos días mi amiga Jacquie será mamá. Llevo semanas pensando qué decirle, trato de imaginar qué me hubiera gustado saber antes de iniciar este viaje. Recuerdo que tuve amigas que me alertaron sobre la tristeza que acompaña el posparto, compañeras de trabajo que sentenciaron cómo cuando naciera mi hija, el cansancio jamás se iría de mi vida...
Creo que estoy poniendo demasiada atención en qué decir y qué callarme porque, lamentablemente, los nacimientos vienen acompañados de comentarios, explicaciones y consejos que la gente da, aunque no se los pidas.
Debo confesar que no estaba preparada para la cantidad de juicios que he escuchado desde que nació mi hija, sobre todo de personas desconocidas o que no son parte de mi red de apoyo. Aún no olvido cómo, al salir de una consulta pediátrica a los 12 días de nacida, me criticaron por “traer a la bebé en la calle y descalza”. Digo me criticaron, porque sin importar la estructura de una familia, el juicio sigue dirigido a las madres.
Esa exposición al juicio se vuelve tortuosa si consideramos que criar se trata de tomar decisiones: biberón o teta, colecho o cuna, siestas en lugares públicos o en casa, papilla o BLW, usar o retrasar la convivencia con pantallas, publicar o no publicar fotos en redes sociales.
Por eso me molesta tanto el hashtag de #maternidadesreales. Se trata de videos o fotos compartidos por mujeres que desayunan mientras sus hijxs usan pantallas, toman alcohol mientras les amamantan u ofrecen pizza o alimentos procesados; la idea de quienes lo promueven es mostrar que la maternidad “no puede” ejercerse siguiendo estándares pediátricos. Sin embargo, maternidades reales plantea una falsa dicotomía entre lo “correcto” e “incorrecto”, entre “bueno” y “malo”. Además, niega la diversidad de opciones y contextos en los que se viven las maternidades.
La maternidad es real en cada una de sus manifestaciones. Tan real es la mamá que deja el alcohol durante toda su lactancia, como la que combina una copita con dar teta; la que va monitoreando sus niveles de alcohol para saber cuándo salió el alcohol de su sangre o la que decide tomar medicamento para cortar la leche en las primeras horas de vida de bebé.
Lo problemático de esta narrativa sobre las maternidades reales es que se difunden como contraposición a una supuesta maternidad irreal. Esa comparación termina por ser un juicio más de las maternidades de otras. En realidad, cada experiencia de maternidad es única y válida en su contexto propio. No hay una forma universal de ser madre que sea más auténtica que otra. Todas las maternidades, con sus desafíos, alegrías y complejidades, son igualmente reales y merecen reconocimiento y respeto. Esta crítica es necesaria para desmantelar los juicios y expectativas impuestos y para permitir que cada mujer defina su propia maternidad sin la presión de encajar en categorías predeterminadas. Al respetar cada decisión y estilo de crianza, honramos la agencia y autonomía de las mujeres, pues el mandato de maternidad no sólo se refiere a que la sociedad nos educa a las mujeres para ser madres, sino también a los ideales que nos impone sobre cómo serlo.
Por eso, para Jacquie no tengo consejos, sólo el deseo de que siempre tenga una red de apoyo que secunde sus decisiones. Porque si un día necesita consejo, confío en que lo pedirá.