Santiago Arau
En febrero de este año se inauguró la primera librería del Fondo de Cultura Económica (FCE) en Iztapalapa. La noticia me emocionó muchísimo. De haber ocurrido hace 15 años, esa decisión habría cambiado mi vida como estudiante.
Creo que nunca olvidaré los largos trayectos que por años tuve que hacer prácticamente para todo: ir a clases, comprar un libro, ver una película u obra de teatro que dejaban de tarea. En ese entonces, vivir en la periferia de la ciudad significaba no tener derecho a la cultura. Por eso me emocionó tanto la candidatura de Clara Brugada para jefa de gobierno. Iztapalapa es otra después de su última gestión como alcaldesa: el alumbrado público, las utopías y los parques hicieron posible que la niñez y las juventudes tengan espacios dignos y cercanos para disfrutar.
Esa tendencia a realizar largos recorridos para tener acceso a algunos servicios ha sido criticada por el urbanista Carlos Moreno, quien considera que la distancia es el vicio de la ciudad, pues los lugares de trabajo o sitios de compras se encuentran centralizados en polígonos alejados para una gran parte de la población. Como solución propone un modelo conocido como ciudad de 15 minutos.
El eje de su propuesta es la “proximidad feliz”, la cual implica contar con lugares de trabajo, deporte, ocio, entretenimiento, comercios y espacios públicos a una distancia menor de 15 minutos. Pero, ¿esa proximidad puede ser igual para hombres y mujeres?
Desde 2020 el Banco Mundial advirtió que el diseño y planificación de las ciudades está a cargo de hombres. Las mujeres ocupan solo el 10 % de los puestos más importantes en los principales estudios de arquitectura del mundo. Eso vuelve aún más importante el trabajo de la arquitecta y urbanista Zaida Muxi, quien ha insistido en que “las ciudades se han hecho siempre desde el rol de género masculino. Quienes han pensado y decidido las ciudades -desde lo político y lo técnico- han sido hombres con la vida resuelta”. En consecuencia, “la ciudad no está pensada para las tareas de cuidados que son asignadas a las mujeres”.
El ancho de las banquetas, la distancia entre semáforos y el tamaño de las habitaciones en una vivienda son algunos de los ejemplos que Zaida Muxi utiliza para explicar por qué es necesario incorporar una perspectiva feminista al urbanismo y la arquitectura, una mirada que facilite las tareas paras las personas cuidadoras.
A diferencia de hace 15 años, hoy el trabajo de cuidados se ha convertido en el tema central de mi vida. Los trayectos largos para acceder a la oferta cultural de la ciudad se acabaron, ahora busco un espacio digno para dar la teta cuando salgo con mi bebé, una banqueta donde quepa la carriola. A mis preocupaciones individuales de mujer se sumaron las de habitar una ciudad nada amigable con la primera infancia.
El reto para Clara Brugada es enorme, pero sé que de la mano de mujeres como Zaida Muxi será mucho más sencillo lograr la utopía de construir una ciudad feminista que -espero- incluya lactarios públicos.