A través de la esperanza, solemos encontrar consuelo en derrotas pasadas y dicha en imaginar atisbos de felicidad o victorias futuras. En el fútbol, por ejemplo, el camino hacia la victoria absoluta al final del torneo pasa por un momento único en el que solo los hinchas de ese club o selección son los poseedores de la gloria. Sin embargo, cada cuatro años también podemos encontrar emoción no solo en la victoria, sino en la misma dicha de estar presentes y abrazar la esencia del deporte, cualquiera que esta sea, a través de los Juegos Olímpicos.
El pasado domingo, me levanté con las prisas de un pequeño de 4 años, entre el hambre y las ganas de platicar desde temprano, me puse las chanclas desgastadas y caminé con él hacia la sala. Eran aproximadamente las 7 a.m. y, al mirar el teléfono, recordé que estaba transcurriendo la competencia de tiro con arco femenil por equipos. De inmediato, abracé a mi hijo y comencé a contarle sobre los Juegos Olímpicos. La competencia que se llevaba a cabo coincidía perfectamente con el interés de mi hijo por su pequeño arco y flecha, con el que en los últimos días había estado jugando.
Después de nuestra pequeña charla, corrió con emoción a contarle a su mamá, quien nos alcanzó en la sala. Con la alegría de estar en familia y la emoción de ver a nuestras compatriotas, pasamos poco más de 2 horas viendo cómo las mexicanas lograban una victoria histórica para nuestro país, al levantar la medalla de bronce.
En este punto, la emoción y la esperanza de poder verlas levantar el oro estuvieron latentes, pero nunca fue la motivación esencial de poder verlas en pantalla. En todo momento sentimos el orgullo de verlas representar a nuestro país, pero, sobre todo, de encontrar una esperanza en el deporte a través de estos juegos.
Sin lugar a dudas, la organización de los juegos y la relación del Comité Olímpico Internacional con las diferentes sedes no ha estado exenta de polémica, corrupción, entre otras cosas. Pero, a diferencia de otras celebraciones deportivas, son los mismos atletas quienes, antes de abrazar cualquier otra gloria, reciben y fomentan el amor al deporte a través de una sonrisa y la posibilidad, muchas veces secundaria, de ganar alguna medalla olímpica.
Claro ejemplo de esto fue la sonrisa de Alexa Moreno en el intermedio de suparticipación en la viga de equilibrio. La mujer esbozó una sonrisa enorme que estaba más allá de la derrota o la victoria, demostrándonos que la grandeza de ella, como atleta, es la base que sostiene esta justa olímpica.
Nuestro país, históricamente, ha conseguido 74 preseas entre deportes colectivos e individuales, 37 de bronce, contando la conseguida por Alejandra Valencia, Ángela Ruiz y Ana Vázquez, 24 de plata y 13 de oro. A pesar de las barreras históricas, atravesadas principalmente por intereses o desinterés político, nuestros atletas han sacado oro del barro y representado a nuestra nación con la única consigna de compartir y disfrutar.
En general, enfrentamos una deuda histórica con todas esas niñas, niños y adolescentes que no encuentran en el sistema educativo sistémico y tradicional una oportunidad de explorar y crecer a través del deporte, la cultura o las artes, por mencionar algunas. Quienes tienen la posibilidad de practicar un deporte de tiempo completo muchas veces tienen la fortuna de contar con una posición acomodada en términos económicos, y quienes no, caminan muchas veces más el camino. En ese mismo trayecto, muchos posibles atletas han tenido que rendirse ante la falta de oportunidades.
Al final de cuentas, sé que, como familia, brincamos de emoción al verlas levantar la medalla de bronce, pero, para nuestros corazones llenos de orgullo, así como para el resto del país, estoy casi seguro, no era necesario.