Quique Juárez @quique_1090 en IG.
En un diálogo abierto con la hinchada de Boca Juniors (que tantas concesiones e idolatría le tenían), Diego Maradona mencionó: “yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.
El fútbol, en su núcleo, es un bastión cultural que une a las sociedades. Sin embargo, frecuentemente se ve enredada en disyuntivas exacerbadas por la industria del entretenimiento, la economía y, sobre todo, la política. Quizá la pelota no se mancha, pero la industria, y las relaciones mafiosas que la rodean, se han encargado de ensuciar todo lo que está más allá del esférico.
La historia relativamente reciente (desde mediados de 1860) del fútbol está colmada de estrechos vínculos con distintos ámbitos de la sociedad. No se puede negar la relación que hoy en día tiene este deporte con la economía, la política, religión y con todo el cúmulo de elementos estructurales que constituyen a la sociedad moderna global.
Para Peter Sloterdijk, el mundo globalizado es un cúmulo de esferas que se interconectan inevitablemente. Estas esferas incluyen ideas compartidas que se extienden y se entrelazan a través de fronteras culturales y geográficas, influyendo en cómo nos relacionamos y entendemos la realidad en un contexto global en constante evolución. Aplicando esta teoría al mundo del deporte, sin duda, el fútbol encaja como anillo al dedo, ya que se puede entender como un todo complejo que se desarrolla a través de diferentes elementos (aficionados, profesionales, amateurs, clubes deportivos, ligas, cadenas de televisión, estadios, merch y un largo etc.) y no puede, en todo caso, entenderse o (re)definirse fuera de sus nexos con la sociedad, la política, la discriminación, el crimen y un largo etcétera.
Eduardo Galeano, escritor, periodista y, como casi cualquier uruguayo, aficionado al fútbol, mencionó en su libro “El fútbol a sol y sombra” que el juego se ha transformado en un espectáculo con pocos protagonistas y muchos espectadores, que la mayor parte del tiempo sufren (como su servidor) e, irremediablemente, en uno de los negocios más lucrativos del mundo entero.
Con todo lo anterior en mente, es casi una obligación moral poner al centro de la discusión la relevancia de los temas verdaderamente importantes que rodean al deporte más popular del planeta.
En diciembre del 2010, la FIFA (en ese entonces presidida por Joseph Blatter y acusado en 2015 de diversos crímenes como corrupción y malversación de fondos) anunció las sedes ganadoras de los mundiales del 2018 (Rusia) y 2022 (Qatar). La discusión superficial del “mundo del fútbol” estuvo centrada en cuestionamientos relacionados con la “cultura” futbolera de ambas sedes, alegando una mayor historia en el rubro para otras candidaturas. Algunas voces aventureras mencionaban, sin pruebas, —pero tampoco dudas— que las designaciones de las sedes fueron motivadas por actos de corrupción de la FIFA y de su entonces presidente. Irremediablemente, se dejaron de lado discusiones de fondo, relacionadas fundamentalmente con atroces violaciones a los derechos humanos.
En el mundo de las esferas interconectadas, el fútbol no puede ser un elemento impoluto, lleno de pasiones y euforia, donde se enfrentan 11 vs 11 y siempre gana Alemania… o ese reciento donde Brasil y su estirpe histórica parecen obligados a brindar un espectáculo lleno de gambetas y filigranas; o el escenario de pasiones desbordadas y aires de grandeza (entendible, pero odiosa) del fútbol Argentino; puede ser más que todos los lugares comunes y, al mismo tiempo, un espacio que fomente el respeto y espacios seguros para todas las personas, incluidas aquellas a las que no les importa.
En Qatar 2022, salieron a la luz elementos inexplicables sobre el sistema Kafala (que a grandes rasgos es una forma de esclavitud moderna, ejercida principalmente contra personas trabajadoras migrantes) que, si bien obligaron a establecer reformas para garantizar derechos mínimos, siguen sin implementarse. Adicionalmente, no podemos dejar de lado la homofobia, transfobia y bifobia, que continúan enmascarándose en la “cultura” y que el mundo del fútbol decidió, como casi siempre, cerrar los ojos.
Existen, como estos, muchos ejemplos a lo largo de la historia, en donde los hilos que mueven a este deporte y algunos otros, se han identificado con mentiras, enriquecimiento ilícito y encubrimientos de grandes atrocidades en materia de derechos humanos.
Para terminar, es necesario enfatizar que la esencia del deporte más popular del mundo no tiene, en principio, culpa alguna de las diversas atrocidades de la humanidad. Pero conviene, de vez en cuando, levantar un poco la mirada por encima del televisor para (re) pensar una realidad en donde todas las personas podamos converger. En esos escenarios utópicos, quizá algún día, el fútbol pueda ser referente en materia de unión y solidaridad global.
La pelota sigue girando a través del lodo, pasto y pavimento, perseguida por niñas y niños que encuentran un escaparate maravilloso de energía y, sobre todo, de compartir; ese en el que la mayoría de los aficionados —y aficionadas—, profesionales y tecnócratas (como los llamaba Galeano) tiene rato que no estamos ni de paso y donde, realmente, están las mejores ideas y la verdadera esencia de la humanidad y el deporte.