07 febrero 2025

La otra cara de las relaciones en pareja

Qué difícil es llegar al punto en el que dices: hasta aquí, es lo mejor. Más complicado aún es reconocer el momento exacto, idóneo y maduro en el que pueden tomar esa decisión sin el calor de una discusión, una humillación, un enojo o una desilusión. Por lo general, estos finales ocurren en el hartazgo, cuando explotas acompañado de palabras hirientes, algunas sin realmente sentirlas.

Cuando vemos parejas aparentemente felices y estables, compartiendo momentos, frases mutuas, manteniéndose juntas, y puff, de repente una sacudida: se anuncia un divorcio o una separación. No lo entendemos: ¿por qué, si se veían tan felices? ¿Parecían el uno para el otro? ¿Qué habrá pasado para tirar todo a la basura? Y parece chiste, pero en ocasiones el motivo de la ruptura fue olvidar un aniversario, dejar de tener detalles, ya no compartir palabras de afecto que hicieran sentir que aún se amaban. Tal vez fue la falta de tiempo, el dejar de salir en pareja como antes o, incluso, algo más simple: la ropa sucia fuera de su lugar, la comida mal guardada, la falta de iniciativa para compartir las labores del hogar. Muchos dirán: ¿en serio terminaron por eso? Pues sí, pero no fue solo por esa vez, sino por el cúmulo de veces que se omitió, sumando desencuentros, desatenciones y todo lo demás, hasta que el desorden de la ropa fue la gota que colmó el vaso. Se cansó de reeducar cuando no era su responsabilidad.

Pero esto no siempre es lo único que lleva a una ruptura. Siempre hay algo más doloroso, algo de lo que no se habla porque, erróneamente, se cree que dar la vuelta y seguir adelante significa dejar los problemas atrás en lugar de enfrentarlos y sanarlos. Tal vez fue esa vez en la que se sintió humillada o no valorada, cuando el ego pesó más que el amor por ella y la familia. O la infinidad de veces en las que la única opción fue soltarse, como si la relación no importara, hasta que finalmente te tomó la palabra.

¡Ojo! No quiero decir que debas permanecer siempre, ni que nunca sueltes. ¡No! Hay que soltar cuando la situación pone en peligro tu bienestar. Nos han enseñado tanto a soltar, pero no a cuidar y proteger. Quizá fue esa vez en la que el desenfreno del enojo pesó más y dijiste palabras ofensivas y dolorosas. O tal vez fueron todas esas pequeñas fracturas acumuladas con el tiempo. Cada pleito es una grieta más en el interés y el amor, y si no se contrarresta con acciones afectivas y directas, el desgaste es inevitable.

Y cuando hablo de acciones positivas, no me refiero al típico "pero te doy todo", "¿te hace falta algo?". No, probablemente no le falte comida ni techo, pero ¿de verdad crees que eso no podría tenerlo por sí sola? Sin olvidar que es parte de tu obligación. ¿Y el amor, la atención? ¿Dónde quedan? ¿También vienen en la lista del supermercado? Si es así, se les olvidó comprarlos.

Todas estas cosas, a las que no les damos el valor y la importancia que merecen, terminan siendo peligrosas. Es necesario, antes de entrar en una relación, saber qué queremos, qué ofrecemos y si estamos emocionalmente sanos para brindar estabilidad. Es normal tener discrepancias, pero hay que asumirlas en equipo. En una relación, los problemas deben enfrentarse juntos; no se trata de que cada uno luche por su cuenta.

Amen mucho y sin reservas. No den por hecho que la otra persona ya sabe que la aman, porque lo bonito es escuchar y sentirlo. Nunca se cansen de decirlo.