Ángeles Mariscal, Chiapas Paralelo.
En los meses pasados, vivimos una de las mayores crisis de abastecimiento de agua registradas en México. Esta situación no fue ajena a la Ciudad de México, que lleva años sufriendo graves afectaciones en el suministro del vital líquido. Además de la escasez de agua debido a las olas de calor extremas y la sequía que experimentamos durante marzo, abril y mayo, se sumó la contaminación registrada en el agua potable distribuida en la ciudad.
Las principales fuentes de contaminación incluyen las descargas industriales, las aguas residuales domésticas que no se manejan adecuadamente, la falta de un manejo adecuado de desechos humanos (y en algunas alcaldías, también de animales de consumo), así como los residuos sólidos que no son tratados correctamente. Esto llevó a que en abril y mayo, ciudadanas y ciudadanos de la alcaldía Benito Juárez se manifestaran por la contaminación del agua que recibían a diario en sus hogares.
Esta situación se ha agravado en los últimos años por la crisis climática que enfrentamos, la cual afecta la disponibilidad de agua para satisfacer nuestras necesidades. Hace unos meses, en una conferencia, escuché que solemos decir “no hay agua”, “el agua se está acabando”, “el planeta ya no tiene agua para las personas y los animales”. Sin embargo, esto es erróneo, ya que el planeta Tierra contiene la misma cantidad de agua que siempre ha tenido. Pero entonces, ¿cuál es el verdadero problema? El problema radica en que el agua destinada al consumo humano, animal y de los ecosistemas se encuentra contaminada debido a las actividades cotidianas de las personas, pero sobre todo por la actividad productiva, que en el último siglo ha devastado los entornos naturales del planeta como nunca.
La Tierra tiene la misma cantidad de agua desde el principio, pero ahora se encuentra estancada en charcos llenos de basura, impedida de absorberse en terrenos cubiertos por pavimento, contaminada por residuos, o encauzada hacia lugares que no son los ríos, lagos y lagunas a los que solía regresar cuando la Tierra no estaba tan afectada por nuestra forma de vivir.
Así, lo que sucede hoy es que no solo las ciudades, sino también las comunidades que antes se abastecían con agua de ríos, lagos, lagunas y pozos, ya no tienen ninguna fuente de agua para sus necesidades más básicas. Todo esto afecta las dinámicas de aseo doméstico, actividades de cuidado, higiene y consumo de agua. Además, esta situación impacta de manera desproporcionada la carga de cuidados de las mujeres. En los meses pasados, cuando no tuvimos acceso a agua limpia en la Ciudad de México, en un día típico de mis actividades no tuve más opción que resolver comprando un filtro de agua extra para la llave, conectado directamente a la tubería. Sin embargo, para los hogares promedio en México, este gasto adicional es algo que no se puede (ni debería) tener que asumir. La falta de acceso al agua provoca una carga desproporcionada para las mujeres, quienes nos vemos obligadas a realizar diversas acciones para conseguir agua. Según la ONU, las mujeres y niñas dedican alrededor de 200 millones de horas diarias en conjunto a la recolección de agua, lo que significa que podemos pasar entre 1 y 4 horas al día en esta tarea. Dependiendo del contexto, esta cifra puede ser incluso mayor en zonas donde el agua está a varias horas de las comunidades donde se encuentran las mujeres.
Cuando escuché en la conferencia que el agua está aquí, pero contaminada, fue un abrir de ojos a la buena noticia de que el tratamiento del agua está en nuestras manos. Todavía podemos encontrar cientos de formas de revertir este daño, y aunque no se puede resarcir del todo, sí podemos mitigar las afectaciones que estamos experimentando hoy en día, especialmente las mujeres y niñas en situaciones más vulnerables.