The Beauty of Summer, Miriam Schapiro.
Te levantas por la mañana, te aseas, vas a la cocina y tal vez tomas un vaso de agua. Inmediatamente, vas al baño para alistarte e ir a trabajar. Tal vez tomas algo del refrigerador, si hiciste las compras necesarias. Si tienes suerte y tiempo, te preparas algo de desayunar antes de irte, o tomas algo para comer en el camino. Si no, te vas a la calle con el estómago vacío, caminas a tomar el transporte y te diriges a tu jornada laboral. A mediodía comes algo, tal vez algo que preparaste y llevaste el día anterior; si no tuviste tiempo ni energía, compras comida preparada cerca de tu trabajo. Al término de tu turno, vas de regreso en el transporte y pasas por algo para preparar la cena o algo ya preparado para cenar. Te duermes y al día siguiente, la rutina comienza de nuevo.
Esta descripción es la de una jornada común de una persona adulta joven (sin ninguna persona que dependa de él o ella) o adulta mayor que aún no tiene derecho a pensión (o que la pensión no le alcanza para no seguir trabajando). Hay muchas acciones relacionadas con el cuidado de la vida.
Desde el momento en que nos despertamos, necesitamos hacer varias cosas para seguir viviendo: asearnos, beber agua, comer, descansar. Sin mencionar otras actividades como cocinar, tener utensilios limpios, ropa limpia para ponernos, un lugar higiénico para ir al baño, entre otras.
Hasta este momento de la historia, hemos actuado —o el sistema nos ha obligado a ello— como si la producción y reproducción de la vida no necesitara de nada para ser, como si la vida no requiriera cuidado, pero es indudable que la vida requiere de ellos y son fundamentales para habitar el planeta. La vida humana necesita cuidados, pero también los necesitan otras especies de flora y fauna con las que coexistimos.
Lo cierto es que el sistema capitalista ha logrado con gran éxito convencernos de que la vida humana (y la vida en general) no requiere de ningún cuidado, y delegó discretamente, pero valiéndose de toda la violencia heteropatriarcal disponible, esta tarea a las mujeres. Por un tiempo bastante extenso funcionó más o menos bien —a costa del desarrollo, deseos, subordinación, esclavismo y explotación de clases— en el sentido de que parecía haber un “arreglo” generalizado y positivo en el que los hombres salían a trabajar y las mujeres se quedaban a “ser las amas de la casa”, este mote no es más que un eufemismo para indicar que las mujeres son quienes tienen a su cargo todas las labores de reproducción de la vida, sin ningún pago, prestigio o reconocimiento.
Actualmente, el escenario ha cambiado porque las mujeres trabajan en un porcentaje mucho mayor que el de hace tres décadas. Tan solo en México, las mujeres ocupan el 40.8% de la fuerza laboral del país.1 Y aunque las mujeres le entraron a las actividades “productivas”, no quiere decir que los hombres le entraron en la misma medida a las actividades reproductivas de la vida. De acuerdo con el INEGI, las mujeres dedican al trabajo doméstico y de cuidados un promedio de 54.3 horas a la semana, mientras que los hombres dedican 30.2 horas a estas actividades.2 Lo injusto del escenario nos ha llevado a exigir socialmente, sobre todo a través todo de los movimientos feministas, un reparto más justo de las tareas de cuidados.
1 Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), INEGI, 2023, T3.
2 Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), INEGI, 2022.
Un avance significativo ha sido abogar por el reconocimiento del derecho al cuidado como parte integral de los derechos humanos que el Estado debe garantizar para el bienestar de todas las personas. Un ejemplo destacado es la Ciudad de México, que consagró este derecho en su Constitución promulgada en 2017. En el artículo 9, inciso B, se establece lo siguiente:
"Toda persona tiene derecho al cuidado que sustente su vida y le otorgue los elementos materiales y simbólicos para vivir en sociedad a lo largo de toda su vida. Las autoridades establecerán un sistema de cuidados que preste servicios públicos universales, accesibles, pertinentes, suficientes y de calidad y desarrolle políticas públicas. El sistema atenderá de manera prioritaria a las personas en situación de dependencia por enfermedad, discapacidad, ciclo vital, especialmente la infancia y la vejez y a quienes, de manera no remunerada, están a cargo de su cuidado."
Lo relevante de este artículo es que las autoridades de la CDMX deberán establecer un sistema de cuidados y dispone un esbozo de las características que deberán contener sus servicios.
Los cuidados deben ser una prioridad en la agenda pública por dos razones fundamentales: primero, para reconocer cómo este entramado afecta a todas las personas, con especial énfasis a nosotras las mujeres, en términos de disposición de tiempo, desarrollo educativo, impacto económico y salud; segundo, debido a la crisis planetaria que nos exige reconsiderar y ajustar la relación entre los cuidados necesarios para sostener la vida y cómo funciona la economía, la producción, el trabajo y la gestión de los recursos disponibles.
Continuar luchando por el reconocimiento del derecho al cuidado implica no solo exigir una integración más estrecha de las instituciones para proporcionar servicios de atención a la población, sino también implica cuestionar el sistema actual en el que vivimos. El reconocimiento del derecho al cuidado conlleva reflexionar sobre cómo producimos, trabajamos y aseguramos que todo esto sea compatible con el mantenimiento de nuestra propia vida y la de quienes dependen de las personas productivas: niñas, niños, personas mayores, personas con discapacidad, enfermos y dependientes parciales. Si no se atienden estas cuestiones, se seguirá relegando la supervivencia a los malabares que cada persona tenga capacidad de hacer, pero sobre todo mantendrá la explotación y subordinación que sufren las mujeres todos los días.