El propósito de este texto es ofrecer una miscelánea de reflexiones y preguntas en torno a lo patriótico. Como advertencia al público debo manifestar que no me siento representado con esa idea de patriotismo relacionada con el himno nacional, la selección mexicana de fútbol o el engrandecimiento mitológico de ciertos personajes históricos. En todo caso, mi nacionalismo lo expreso engrandeciendo el valor cultural de los tianguis, el internacionalismo del Pulparindo y los cacahuates japoneses o el gusto por la comida “mexicana” que incluye los platillos de Jalisco, pero también los tlacoyos, las quesadillas de quelites y de huitlacoche, la cocina yucateca, oaxaqueña, poblana o del Pacífico.
Dicho lo anterior, en pleno 2024 me parece sorprendente que la UNAM siga utilizando como lema institucional uno de los preceptos más racistas y anacrónicos que haya dado la intelectualidad latinoamericana del siglo XX. José Vasconcelos es el protagonista de la política educativa y de estado que se dedicó a imponer la idea de la unidad nacional bajo una fórmula absolutamente racista: la raza de bronce. El nacionalismo que se funda en el mestizaje es consecuencia de esa política que destrozó la identidad de los pueblos originarios y marginó sus culturas si no las desapareció. También es responsable de la política de olvido hacia los grupos que no servían a Vasconcelos para dar coherencia a su relato unificador: la población afrodescendiente y las comunidades de migrantes asiáticos.
No menos sorprendente es que no haya un consenso social (ya no digamos institucional) que reniegue del belicismo del himno nacional mexicano. El nacionalismo acrítico que subyace a todos los mitos fundadores de los estados-nación fomenta el belicismo, la discriminación y el odio.
La noción del nacionalismo en nuestros días requiere un análisis que supere las fronteras discursivas tradicionales. No podemos seguir atados a una identidad que se forja desde un imaginario construido por el poder, donde la historia oficial se convierte en el único relato posible. Hoy más que nunca, las identidades fluidas, los movimientos globales de personas y las culturas híbridas nos obligan a repensar el sentido del nacionalismo como una herramienta de exclusión, más que de unión.
¿Puede existir un nacionalismo inclusivo que reconozca y celebre la diversidad cultural, o el concepto mismo es inherentemente excluyente?
¿Qué papel juegan los medios de comunicación en la construcción y perpetuación de un nacionalismo homogéneo y cómo pueden contribuir a una narrativa más plural?
¿Cómo afecta el nacionalismo a las políticas migratorias y a la percepción de los migrantes y refugiados en el contexto actual?
¿Es posible desvincular el nacionalismo de la noción de Estado-nación y replantearlo desde las comunidades locales y autónomas?
¿Qué alternativas al nacionalismo podrían promover una identidad colectiva más justa y equitativa en sociedades multiculturales?
¿Cómo se redefine el nacionalismo en un mundo globalizado donde las identidades transnacionales y digitales cobran mayor relevancia que las fronteras físicas?
¿Cómo pueden los movimientos sociales y organizaciones civiles desafiar y transformar las narrativas nacionalistas hegemónicas?
¿Cuál es el papel del arte y la cultura en la deconstrucción de mitos nacionalistas y en la promoción de identidades diversas?
¿Es el nacionalismo un obstáculo para la solidaridad internacional frente a problemas globales como el cambio climático o las pandemias?
A vísperas del grito, el último de AMLO, vale la pena cuestionar la práctica nacionalista para, al menos, festejar este día por su dimensión de resistencia, pero sin obviar las opresiones y las mentiras que encubre.