20 enero 2025

Hay de inicios a inicios...

Los primeros 100 días de un gobierno marcan el tono del resto: decisiones estratégicas, prioridades y límite. Los inicios reflejan diferentes modelos de poder y estrategias de consolidación del régimen por el que se apuesta.

El gobierno de Claudia Sheinbaum arrancó con determinación y un sentido claro. Entre sus primeros movimientos destaca la reforma judicial y el llamado "Plan México", una estrategia que busca equilibrar desarrollo económico con sostenibilidad social. Todo esto respaldado por un 80% de aprobación popular que, para muchos, representa algo más que un simple voto de confianza: es la confirmación de su capacidad de hacer política. El desafío radica en mantener y aumentar ese 80%, lo que, de lograrse, será una hazaña histórica e internacional.

Los primeros 100 días de Andrés Manuel López Obrador se definieron por su cruzada contra los privilegios. Desde la circular número uno que eliminó los apoyos directos a las organizaciones de la sociedad civil (muchas de ellas acusadas de ser vehículos para el desvío de recursos), hasta la eliminación de seguros millonarios para altos funcionarios, AMLO trazó una línea clara entre su administración y las prácticas del pasado. Además, lanzó una ofensiva contra el huachicol, desmantelando redes de corrupción que drenaban los recursos de PEMEX y enriquecían a figuras como Javier Lozano. Este arranque, sin duda, contundente, lejos de buscar consensos, estableció una narrativa de cambio profundo que redefinió la relación entre el gobierno y los asuntos públicos.

Enrique Peña Nieto no perdió el tiempo en mostrar las prioridades de su gobierno. Su primer gran movimiento fue la represión de estudiantes que protestaban el día de su toma de posesión, un mensaje inequívoco de que el disenso no sería tolerado. Este arranque marcó el tono de un sexenio caracterizado por un discurso de modernidad superficial que encubrió prácticas profundamente autoritarias. La centralización del poder y un enfoque tecnocrático definieron sus primeros pasos, aunque los escándalos de corrupción terminarían por socavar cualquier intento de consolidar un legado político positivo.

El inicio del gobierno de Felipe Calderón estuvo marcado por su necesidad de legitimación tras una controvertida elección presidencial. Su respuesta fue una declaración de guerra contra el narcotráfico, una estrategia que buscaba consolidar su imagen de líder fuerte frente a un país dividido. Sin embargo, esta guerra, encabezada por figuras como Genaro García Luna (hoy condenado por sus vínculos con el crimen organizado), desencadenó una ola de violencia y desplazamiento que redefinió el panorama social de México. Los costos humanos y políticos de esta estrategia siguen teniendo consecuencias funestas en el país. El inicio de Calderón no fue mejor que su término: el haiga sido como haiga sido significaron miedo y destrucción.

Los primeros 100 días de estos gobiernos revelan los retos y oportunidades que enfrentaron en sus respectivos contextos. Sheinbaum aparece como una líder pragmática, enfocada en institucionalizar cambios significativos. AMLO, por su parte, consolidó su narrativa de ruptura con el pasado a través de decisiones audaces y polarizadoras. Peña Nieto y Calderón, en cambio, ofrecieron respuestas más tradicionales: el primero recurrió al autoritarismo disfrazado de modernidad, mientras que el segundo apostó por una militarización sin precedentes para sostener su posición.

Mientras unos priorizaron la legitimidad social, otros optaron por estrategias de control que terminaron por exponer la corrupción y los intereses privados que les dominan. Al final, los primeros 100 días no son un simple episodio introductorio, sino un espejo de las tensiones entre la búsqueda de legitimidad, eficacia y capacidad política.