En la historia de América y el Caribe, las figuras históricas suelen ser reinterpretadas y moldeadas por las narrativas dominantes. Una de las más intrigantes es Tituba, la esclavizada acusada de brujería durante los juicios de Salem en el siglo XVII. La novela Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (1986), de la escritora caribeña Maryse Condé, transforma esta figura histórica en un símbolo de resistencia cultural y política, que sigue resonando en debates contemporáneos sobre racismo, colonialismo y opresión de género.
Históricamente, la identidad de Tituba ha sido objeto de distorsiones significativas. En los registros originales de los juicios de Salem, se la describía como una mujer "india", posiblemente originaria de Sudamérica y llevada a Barbados antes de ser esclavizada en Massachusetts. Sin embargo, las narrativas posteriores la convirtieron en una mujer negra, practicante de vudú, consolidando estereotipos raciales que asociaban la negritud con la brujería y lo demoníaco.
La metamorfosis racial sirvió para reforzar las jerarquías raciales en la sociedad estadounidense. En el imaginario puritano, lo indígena y lo negro se convirtieron en símbolos de otredad peligrosa, legitimando la opresión de estos grupos.
Maryse Condé recupera y reconfigura a Tituba en su novela, dándole una voz propia que desafía la narrativa dominante. La obra transforma a Tituba en una figura compleja y multifacética, capaz de resistir tanto al sistema colonial como al patriarcado.
En Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, Maryse Condé reescribe la historia de esta mujer esclavizada desde una perspectiva crítica y feminista. La novela narra la historia de una mujer compleja, valiente y sabia en el contexto de la esclavitud en el Caribe y América. A través de su relato, Tituba se convierte en un símbolo de las mujeres marginadas, cuyo sufrimiento y resistencia han sido silenciados por la historia oficial.
El carácter político de la obra reside en cómo Condé utiliza la figura de Tituba para criticar las estructuras opresivas del colonialismo, el racismo y el patriarcado. Tituba no es simplemente una víctima, sino una mujer que desafía las normas impuestas, resiste a su manera y conserva su humanidad en un entorno brutalmente inhumano.
La representación de Tituba en la novela conecta profundamente con las ideas de resistencia cultural formuladas por teóricas como Lélia Gonzalez, quien destacó cómo las prácticas culturales, a menudo desvalorizadas por las narrativas eurocéntricas, se convierten en herramientas de empoderamiento para las comunidades negras e indígenas. En el caso de Tituba, sus conocimientos espirituales y curativos, demonizados por la sociedad puritana, simbolizan una forma de resistencia cultural que desafía el poder blanco.
Esta resistencia no es abierta ni confrontativa en el sentido convencional. Más bien, se manifiesta en actos cotidianos de supervivencia y en la preservación de una identidad propia frente a la deshumanización. Condé, al otorgarle voz y agencia a Tituba, reivindica su lugar en la historia como algo más que una figura trágica: es una mujer que lucha contra las imposiciones del mundo que la rodea.
La obra de Maryse Condé subraya la necesidad de revisar las narrativas históricas para incluir las voces marginadas. La representación dominante de Tituba como una figura negra y exótica no solo perpetuó estereotipos raciales, sino que también despojó a los pueblos indígenas de su historia y agencia. Al recuperar a Tituba como un personaje complejo y humano, Condé propone una visión alternativa del pasado que reconoce las contribuciones y luchas de los oprimidos.
Esta reescritura es un ejercicio literario a la vez que performa un acto político. Al desafiar la narrativa hegemónica, la novela de Condé abre espacio para imaginar un futuro más inclusivo, donde las historias de los marginados se conviertan en parte de la memoria colectiva.
Tituba, en manos de Maryse Condé, deja de ser una figura pasiva para transformarse en un emblema de resistencia y lucha. Su historia, aunque enraizada en el pasado, resuena con las luchas contemporáneas por la justicia racial, la equidad de género y la descolonización del pensamiento.
En última instancia, Yo, Tituba, la bruja negra de Salem nos invita a reflexionar sobre cómo las narrativas históricas se construyen y cómo podemos desafiarlas para construir un mundo más justo. Tituba es un recordatorio de las vidas y voces que la historia ha silenciado, y un llamado a reconocer y valorar esas historias como parte esencial de nuestra humanidad compartida.