Los debates sobre la vida pública se alimentan de noticias falsas, comentaristas profesionales pagados, sinsentidos publicitarios y una amplia gama de información que promueve el odio. La velocidad con la que surge, se desarrolla y muere un tema en el espacio público es vertiginosa. Apenas nos enteramos de los timos de Cote cuando ya estamos escuchando a la derecha más rancia —incluida la académica, con Mauricio Dussauge a la cabeza— apoyarse en la misoginia para evaluar lo que sucede en la CNDH.
Frente a esta inmediatez y al uso político de la desinformación, hoy más que nunca, la claridad ideológica se convierte en un imperativo. La identificación precisa de las ideas que subyacen a cualquier información es la única forma de combatir a quienes se enriquecen o se favorecen promoviendo contenido basura y encubriendo sus intereses bajo una falsa objetividad. Ejemplos de esto abundan: Chumel, Loret, Dresser, Alazraki, Ferriz de Con, Krauze, Castañeda, y tantos otros. Todos ellos encarnan la mercantilización de la opinión pública, disfrazando su interés y línea política tras una aparente pluralidad.
El concepto de "derecha" e "izquierda" suele interpretarse como partes de un espectro, un diagrama en el que nos ubicamos de acuerdo con ciertas preferencias. Otros aún los entienden como los dos lados de un parlamento, evocando la oposición entre bolcheviques y mencheviques. Esta representación de la ideología como un continuo provoca que la "tolerancia" se malentienda, como si derecha e izquierda fueran simples preferencias, similares a decidir entre café con o sin azúcar, tacos con salsa roja o verde, o entre Chivas y América. La ideología se reduce a una inclinación banal o inocua, y se fomenta la idea de que "hay que respetar la opinión de los demás" en nombre de una tolerancia sin sentido. Esta trivialización pretende que se entienda la ideología como una cuestión de gustos, cuando en realidad refleja lo que deseamos y aspiramos para el futuro de las personas.
La representación del espacio político-ideológico como un espectro no sirve más que para aquellos que, en pos de un discurso antiderechos o abiertamente fascista, buscan legitimar su “derecho” a opinar. También se utiliza para camuflar como "izquierda" el ejercicio común de las potestades del poder político —por ejemplo, al desplegar el Estado para otorgar ayudas económicas o combatir la corrupción, como en el caso de la 4T—. Lo anterior, no excluye la posibilidad de señalar que existe una diferencia crucial en cómo se usa el poder político: existen gobiernos que utilizan las herramientas del Estado para mejorar la calidad de vida y sumar derechos, mientras otros emplean el Estado para enriquecerse y perpetuar élites sin interés en el bienestar común. El panismo pertenece, sin duda, a la segunda manera y por ello no volverán a ser votados en mayoría en largos años. Pero esta diferencia poco o nada tiene nada que ver con lo que izquierda y derecha significan.
Abandonando la posibilidad de entender la ideología como un continuo divisible, solo nos queda comprenderla como lo que realmente es: un conjunto de ideas que proyectan el devenir de la humanidad. La ideología representa el marco que estructura nuestra visión de la vida colectiva y nuestras decisiones fundamentales. Si quisiéramos representarla metafóricamente, podríamos imaginar tres puertas consecutivas: la del centro conduce al orden conocido, a la vida tal cual la vivimos ahora; la de la derecha abre hacia una sociedad en la que se agudizan las desigualdades, donde lo público se diluye ante los intereses privados de corporaciones y élites, y donde la avaricia, el dominio y el control reinan sin control. Finalmente, la puerta de la izquierda se abre hacia horizontes desconocidos, hacia la destrucción de estructuras viejas y el levantamiento de nuevas instituciones sociales, de nuevas formas de redistribuir la riqueza natural, el trabajo y el conocimiento, cimentadas en la justicia, la igualdad, el cuidado, la solidaridad y el amor.
Bajo esta representación de la ideología, entendemos que la derecha nos invita a la sumisión, a aceptar grilletes y a eliminar cualquier posibilidad de felicidad colectiva. Ante tal invitación, no hay razones para que cualquier persona que valore su humanidad decida marginar a esa persona de derecha de una plática o de que cualquier labor que implique una relación de poder. Ante tal invitación, la tolerancia no es opción. Entonces, cuando alguien defiende con orgullo una postura de derecha, el desprecio se convierte en la única respuesta digna.