El pragmatismo en política no es cosa nueva. Pensadores como Maquiavelo, Hume, Stuart Mill, Weber y von Clausewitz han señalado que alcanzar ciertos objetivos requiere un examen frío de la realidad y actuar en consecuencia. A lo largo de la historia, numerosos episodios han demostrado que el pragmatismo ha sido clave para que ciertos personajes lograran sus fines.
En Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig relata un episodio entre Cicerón y Marco Antonio. Tras el asesinato de Julio César, Cicerón, un hombre de ideales, retórica y pensamiento, escribió en contra de las pretensiones de Marco Antonio de hacerse con el poder de Roma. Favoreció, en cambio, la idea de restaurar la república y permitir que Octavio asumiera una autoridad transicional. Marco Antonio, un hombre de armas, despiadado, calculador y pragmático, no tardó en responder. Ante el Senado y el pueblo romano, Cicerón pronunció un discurso magistral en su contra. Al terminar, fue ovacionado: parecía haber convencido con sus palabras de que la república era el camino correcto.
Sin embargo, Marco Antonio tenía el poder de las legiones y a su servicio a los asesinos. Decidió que Cicerón debía morir y “ordenó que la cabeza y las manos de la víctima fueran clavadas en la tribuna desde la cual Cicerón había pedido al pueblo romano que se alzara contra Antonio y en defensa de la libertad de Roma”.* Al final, Marco Antonio consiguió una parte del poder, destruyó la idea de la república y allanó el camino para la instauración de un imperio gobernado por él mismo, Octavio y Marco Emilio Lépido. Este episodio ilustra cómo los ideales pueden sucumbir ante la brutalidad del poder.
Otro caso clásico en el que se contraponen idealismo y pragmatismo es el liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial, analizado desde la óptica weberiana de la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción. Hitler y Churchill representan dos arquetipos opuestos. Hitler encarnó la ética de la convicción en su forma más extrema: su adhesión dogmática a una ideología totalitaria lo llevó a actuar sin considerar las consecuencias devastadoras de sus decisiones. Su fanatismo no admitía concesiones; incluso ante la inminencia de la derrota, prefirió el colapso absoluto antes que traicionar sus propios postulados.
Churchill, en contraste, ejemplificó la ética de la responsabilidad. Su liderazgo no solo se basó en la firmeza de sus principios, sino en su capacidad para maniobrar estratégicamente según las circunstancias. Su alianza con la Unión Soviética, a pesar de su aversión al comunismo, no fue una incoherencia, sino la comprensión de que la política no es el dominio de lo absoluto, sino el arte de hacer posible lo necesario. Quizá su decisión más cruda fue permitir el hundimiento de un transatlántico para evitar que los nazis descubrieran que los británicos habían descifrado su sistema de cifrado. Fue una acción despiadada que sacrificó vidas para preservar una ventaja estratégica. Un pragmatismo que atentaba contra la defensa absoluta de la vida.
En estos y otros casos, el pragmatismo se orienta hacia los objetivos que persigue. En el cálculo estratégico, permite obtener ventajas competitivas a largo plazo frente a los oponentes. Sin embargo, no se trata de traicionar principios por mera conveniencia ni de acumular aliados sin rumbo. El pragmatismo es equilibrio entre costos y beneficios en función de metas concretas. No es una estrategia permanente, sino una respuesta a momentos de crisis y coyuntura donde se definen trayectorias. Un estratega político debe saber cuándo es necesario sacrificar ideales, alianzas o programas para preservar un movimiento, un partido o lograr una estocada final contra un adversario.
Andrés Manuel López Obrador demostró poseer este sentido estratégico tan afinado como los grandes de la historia, particularmente en su camino hacia la presidencia en 2018 y durante su mandato. Sus alianzas empresariales, la incorporación de personajes cuestionables, ciertos pactos y concesiones, la forma en que se revistió el subsidio a los empresarios en forma de programa público, etc. Su pragmatismo no fue desmedido, sino calculado y siempre centrado en llegar y mantener la estabilidad política y económica durante su mandato.
Claudia Sheinbaum parece compartir esa capacidad en la misma escala. Sin embargo, la actual dirigencia de Morena luce desorientada. Nunca antes el partido había contado con condiciones tan favorables: en 2024, a su llegada, tenía más gubernaturas, municipios, congresos estatales, diputados y senadores que nunca, una aprobación del gobierno federal del 85 %—sin precedentes—y ante sí una oposición sin rumbo, ni dirección, ni base social, ni ideas. Un adversario reducido a una mesa que ya no tiene ni tres patas.
Parece el momento preciso para agazapar las fuerzas, organizarlas con nuevas formas y horizontes, formar bases para el futuro, garantizar la estabilidad, la cohesión y el quehacer político al interior de esta mole que es hoy Morena, pero tal vez la inercia les ha hecho sentir que siguen necesitando apoyos y pactos. La verdad es que en estas condiciones su pragmatismo es un sinsentido, uno que desarticula, que desmorona la moral y que desperdicia energía en sumar gotas a costa de perder caudales.
En México, los partidos no suelen surgir de fuerzas externas, como en Europa o en otros lugares de América Latina, sino de fracturas internas, de las propias entrañas de los partidos. El PAN nació de empresarios marginados por el PRI; el PRD, de la incapacidad del PRI para incluir corrientes disidentes; Morena, del desgaste del PRD y sus tribus desarticuladas; Movimiento Ciudadano, de los desperdicios del PRI; Nueva Alianza, de la incapacidad del PRI de negociar con Elba Esther Gordillo…
Morena enfrenta una coyuntura crucial en la que la creatividad, el pensamiento a largo plazo y la calma deberían prevalecer. Pero la ansiedad por llegar acorazados a 2030 y la inercia de años de luchar en falta parecen marcar su ruta. Juan Domingo Perón decía que no hay nada más peligroso en política que adelantarse; quizá lo segundo más peligroso sea un pragmatismo sin objetivo.
* Zweig, Stefan. Momentos estelares de la humanidad. Traducido por José Bianco. Barcelona: Editorial Seix Barral, 2000.