Hay un dato de la biografía de Carlos Marx que pocos conocen: Marx, hacia el final de su vida, fue un fiel defensor del gobierno de Otto von Bismarck y del liderazgo del socialista Ferdinand Lassalle. Existe un documento apócrifo conocido como Crítica al programa de Gotha que parece sugerir otra cosa. Según esta carta publicada póstumamente por Engels, Marx criticó con una vulgar dureza las incongruencias prácticas de Lassalle y de sus seguidores, así como sus planteamientos teóricos inconsistentes y hasta su apoyo al gobierno del Canciller de Hierro. Pero nada más contrario a la lucha de Marx. Él siempre sostuvo que la popularidad de un líder identificado con la izquierda debería ser suficiente para exculpar las incoherencias de su programa político. Y Lassalle fue uno de los líderes más populares en la Alemania de finales del siglo XIX. ¿Qué sería hoy de una organización referente de la lucha socialista como el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) sin la saludable influencia de alguien como Lassalle? Para alguien como Marx, regatear el apoyo a un líder popular con altos niveles de aprobación, aunque éste promoviera un discurso que evitara enfrentar a la burguesía y a sus aliados, era una muestra patente de mezquindad política.
Además, Marx siempre estuvo convencido de que el Estado de bienestar alemán, aunque hubiera sido concebido por Bismarck para frenar el creciente apoyo a las organizaciones revolucionarias, debía de ser firmemente apoyado por el partido del proletariado. Marx sabía muy bien que algunas mejoras en las condiciones de vida de ciertos sectores populares, aunque fueran producto de un arreglo entre la burguesía, los junkers y la burocracia prusiana, bastaban para renunciar a la construcción de organizaciones revolucionarias. Marx estaba convencido de que las bajas tasas de desempleo, las mejoras en el corto plazo de los salarios mínimos y los indicadores macroeconómicos saludables eran suficientes para aplazar la lucha contra el capital y sus aliados. Sí, se trataba de un sacrificio complejo y hasta doloroso, pero Marx siempre fue suficientemente pragmático como para reconocer que es más importante conservar las dádivas del Estado que consolidar la autonomía y la conciencia de clase proletaria. ¿Cabe alguna duda de que las condiciones de vida del proletariado alemán mejoraron mientras Bismarck fue canciller? Las estadísticas del periodo demuestran que Marx no estaba equivocado al profesar una admiración velada pero constante por el Canciller de Hierro. Es por estas razones que ese documento, que hoy todavía se distribuye con el nombre de Crítica al Programa de Gotha, es tan contrario al espíritu que ánimo a Marx a lo largo de su vida; el texto en cuestión no es otra cosa que una falsedad confeccionada por Engels para desacreditar a sus rivales en el seno del SDP.
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Mucho se ha hablado sobre las causas que condujeron a la desaparición de la Liga Comunista 23 de Septiembre a principios de los 80. Sí, muchos de sus integrantes fueron desaparecidos o ejecutados extrajudicialmente por el Estado mexicano, mientras que varios de ellos fueron torturados durante años en las prisiones del régimen priista. Sí, sus cuadros fueron abatidos con saña y su actividad política fue reprimida con la más absoluta intolerancia. Pero poco se ha dicho de las razones que llevaron a muchos de ellos a la desmovilización silenciosa.
En los hechos, varios militantes de la Liga enfrentaron una fuerte crisis de identidad durante el gobierno de José López Portillo. Y es que López Portillo, pese a sus consabidos tropiezos y a su proverbial soberbia, demostró una y otra vez que las críticas al Estado mexicano eran profundamente conservadoras.
Bastaría con señalar los logros del priismo en materia económica hacia finales de los 70: aunado al impresionante crecimiento que el PIB experimentó durante los años más luminosos del sexenio de López Portillo, el fortalecimiento de las empresas estatales representó un claro giro del gobierno hacia la izquierda. Aún más, ya desde el sexenio de Luis Echeverría existían claros indicios de que enfrentar al régimen era jugar en favor de la derecha. Fue en 1976 cuando el salario mínimo alcanzó niveles sin precedente.1 El gobierno de ambos presidentes había demostrado que es posible mejorar las condiciones de vida de millones de mexicanos sin incurrir en radicalismos.
Pero el carácter profundamente transformador del gobierno de López Portillo no se agotó en el ámbito económico. El brillante estadista, en una clara demostración de sus convicciones internacionalistas y su solidaridad con los más pobres, expresó públicamente su apoyo por la revolución sandinista. Con una política interior que benefició a amplios sectores de la sociedad mexicana; con un sector público que se había consolidado como el motor de la economía, y con una política exterior claramente alineada con los intereses del Tercer Mundo, poco había que reclamarle al régimen priista a inicios de los 80. ¿Era acaso digno de un militante de izquierda enfrentar a un gobierno que fortalecía el sector público y que producía tantos beneficios para la clase trabajadora?
Fue por estas razones que numerosos simpatizantes y militantes de la Liga comenzaron lentamente a retirarse de esta organización. Quienes permanecieron hasta el final en sus filas no fueron ni los individuos más lúcidos ni los más razonables.
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Siempre se ha hablado de la encomiable lucha de Ricardo Flores Magón, pero pocas veces se ha analizado el remordimiento que lo acosaba hacia el final de su vida. Durante sus últimos años en la prisión de Leavenworth, Flores Magón expresó en numerosas ocasiones su arrepentimiento por haber manchado la imagen del Apóstol de la democracia.
Son bastante conocidas las críticas que Flores Magón publicó en Regeneración en contra de Madero. Destaca un artículo del 25 de febrero de 1911, en el que Flores Magón tildó a Madero de “traidor a la causa de la libertad”. Además de reprocharle el haber perseguido y aprehendido a sus compañeros, Flores Magón le recriminó a Madero el haber manipulado y abusado del nombre del Partido Liberal. Asimismo, denunció las afinidades burguesas de Madero, y aclaró que él nunca ocuparía un puesto gubernamental.
Sin embargo, el paso del tiempo y los numerosos años de reclusión lograron aclarar su mente. Hacia el ocaso de su vida, Flores Magón abjuró de sus críticas a Madero. Para el oaxaqueño, aunque ciertamente Madero era un representante de los intereses de la burguesía, bien valía la pena poner de lado estas críticas por el bien de la nación. Madero tenía ya bastantes problemas enfrentando a la vieja guardia porfiriana. ¿No habría sido mejor postergar las críticas al nuevo gobierno?
Sí, Madero ofreció jugosos beneficios a las grandes empresas en su breve periodo como gobernante, ¿pero no era acaso éste un pequeño sacrificio que a la larga beneficiaría a la nación entera? Sí, Madero relegó la cuestión agraria a segundo plano, ¿pero acaso no habría sido el gobierno de Madero una verdadera bendición para el pueblo de México si lo hubieran dejado gobernar? Sí, el programa político maderista no amenazaba los intereses de la burguesía. Y sí, Madero se rehusó a suscribir el programa revolucionario del Partido Liberal magonista. ¿Pero acaso estas omisiones no eran insignificantes frente a los intereses de la nación?
Los hechos obligaron al oaxaqueño a reconocer que la estabilidad del país y el éxito de la democracia electoral son más valiosos que cualquier programa revolucionario. Inclusive, pocos días antes de su muerte, Flores Magón se arrepintió de haber rechazado los cargos en el gobierno que alguna vez le fueron ofrecidos por los maderistas. ¿No hubiera sido esa la trinchera idónea para impulsar sus propios ideales? Flores Magón se vio obligado a reconocer que más vale integrarse a algún gobierno que estar condenado indefinidamente a formar parte de una oposición testimonial.
Flores Magón escribió alguna vez lo siguiente: “cuando muera, mis amigos quizá inscriban en mi tumba: ‘Aquí yace un soñador’ y mis enemigos: ‘Aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: ‘Aquí yace un cobarde y traidor a sus ideas’”. Y aunque este Flores Magón podría parecer seductor, lo cierto es que el Flores Magón que renegó de su radicalidad juvenil era un personaje más ecuánime y sensato. Es este último Flores Magón el que afortunadamente se ha convertido en modelo a seguir.
Se dice que, en su lecho de muerte, y tras varios meses de no ver a Ricardo y a Jesús, a Margarita Magón se le ofreció la oportunidad de poner en libertad a sus hijos. Sólo había que cumplir una condición insignificante: los Flores Magón deberían de dejar de atacar al Presidente Diaz. Ante semejante oferta, Doña Margarita contestó: “Dígale al presidente Díaz que prefiero morir sin ver a mis hijos. Y lo que es más, dígale que prefiero verlos colgados de un árbol a que se arrepientan de lo que han hecho o retiren una palabra de lo que han escrito.” Éstas son las palabras alucinantes de quien escucha a la muerte acercarse lentamente. Si Doña Margarita hubiera entendido de realpolitik, tal como lo hizo Ricardo varios años después, no hubiera dudado en pedir a sus hijos que hicieran las paces con el General Díaz.
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El que entendió, entendió… Y si no entendieron, nos vemos el lunes.
1 Un nivel, por cierto, que en términos reales estamos aún muy lejos de alcanzar.