12 septiembre 2024

El derecho del traidor: transfuguismo y gobierno representativo

Miguel Ángel Yunes Márquez y su padre, al romper con la disciplina partidista y al desentenderse del deseo de sus electores, no incurrieron en ninguna falta… al menos según los estándares del gobierno representativo. Pese a Lily Téllez, a sus 30 monedas y a su vulgar abuso de los metáforas trilladas, a los Yunes no se les puede reprochar el traicionar las instituciones políticas consagradas por la Constitución. De forma similar, Araceli Saucedo y José Sabino Herrera —los dos senadores electos bajo las siglas del PRD que renunciaron a su antigua fe y que se sumaron a la bancada morenista en la presente legislatura— no han hecho sino actuar conforme a sus prerrogativas como representantes populares.

Los casos de los Yunes o de Saucedo y Herrera no son nuevos en la historia parlamentaria mexicana. Evitar consultar al electorado sobre decisiones legislativas de trascendencia nacional y actuar en contra de los deseos de los electores son prácticas muy comunes entre los legisladores mexicanos. Cuando el PRD liderado por Jesús Zambrano decidió apoyar el Pacto por México, ni los legisladores perredistas ni el PRI y el PAN hicieron algo diferente a lo que hoy han consumado los tránsfugas de la oposición y los operadores morenistas. Los casos de Germán Martínez y de la propia Lilly Téllez son otros casos notables de conversos que traicionan a sus electores originales.

Éste no es un mal endémico del Tercer Mundo. Contravenir la disciplina partidista es una decisión común para los legisladores estadounidenses. Un caso reciente y conocido es el de Joe Manchin, el senador demócrata de Virginia Occidental que apoyó varias propuestas de Donald Trump, y que contribuyó a boicotear importantes iniciativas de ley impulsadas por Joe Biden y Barack Obama. Además de apoyar la postulación de jueces conservadores a la Corte Suprema de EUA, Manchin ha apoyado las políticas de corte antiinmigrante de Donald Trump. Asimismo, a contracorriente de la gran mayoría de sus colegas demócratas, Manchin ha sido un férreo promotor de los intereses de la industria de los combustibles fósiles. Al igual que los Yunes, Manchin ha sabido utilizar su voto decisivo en favor de sus propios intereses.1

¿Pero qué nos dice el transfuguismo y la rebeldía de los representantes sobre el estado de la democracia? En primer lugar, habría que precisar que no existe ninguna contradicción entre la “democracia” representativa y el desprecio de los representantes por los deseos de sus electores. Antes bien, los ideólogos del gobierno representativo han buscado deliberadamente independizar a los funcionarios electos respecto al ciudadano común y corriente. Tal es el caso de Alexander Hamilton y James Madison. Ellos no pensaban aún en términos de disciplina partidista, pues los partidos políticos que hoy conocemos no existían aún en los EUA de finales del siglo XVIII. Pero es fácil imaginar que Hamilton y Madison se habrían pronunciado categóricamente en contra de forzar a los representantes a fungir como simples delegados de sus electores. El gobierno representativo está fundado sobre la premisa de que la libertad (de las élites) sólo estará segura ahí donde los representantes gozan de suficiente discrecionalidad como para ignorar los deseos de sus electores. Y si éste es uno de los supuestos rectores del gobierno instituido por Hamilton y Madison, ello se debe a que los Padres Fundadores sentían un hondo desprecio por la intervención política de los seres humanos comunes y corrientes. Aunque a lo largo del proceso que condujo a la actual Constitución de EUA varias voces demandaron que los participantes en la Convención Constitucional y los futuros legisladores se ciñeran a las instrucciones de sus electores, la naciente élite del poder estadounidense rechazó vehementemente este tipo de controles populares. Los Padres Fundadores impusieron el mandato representativo a escala federal en EUA debido a sus suspicacias oligárquicas respecto a la participación popular. En otras palabras, el gobierno representativo otorgó a los funcionarios electos un amplio margen de acción con tal de evitar que los impulsos democráticos se apoderaran de las instituciones políticas estadounidenses. Por tanto, cuando legisladores como los Yunes o Manchin votan según sus propias consideraciones y con independencia de los dictados de su partido o de sus electores, no hacen sino acogerse al legado de los padres del gobierno representativo.

A quienes hoy les resulta odiosa la conducta de gente como los Yunes, si lo que los mueve no es ni la mojigatería ni los afanes oligárquicos tan comunes entre la oposición de derecha, deberían de considerar seriamente luchar por construir alternativas al gobierno representativo. La traición a los electores y el transfuguismo no son el penoso resultado del fracaso de las instituciones representativas, sino los efectos previsibles del funcionamiento habitual de dichas instituciones. Sólo desde una posición auténticamente democrática es posible ceñir a los funcionarios electos al mandato de sus electores. Y un compromiso genuino con la democracia implica considerar seriamente instituciones incompatibles con el gobierno representativo. Tal es el caso del mandato imperativo y la remoción de mandato.2 Estas instituciones no son una novedad. Han sido utilizadas desde la Atenas democrática hasta los Caracoles zapatistas, pasando por la Comuna de París de 1871 y numerosos movimientos estudiantiles. Si en el presente aún están relegadas a los márgenes, ello se debe menos a las dimensiones y a la complejidad de nuestras sociedades que a los prejuicios oligárquicos promovidos por los políticos profesionales y sus ideólogos.

Por tanto, quien reduce el problema del transfuguismo a una cuestión de carácter es incapaz de ver las condiciones institucionales que hacen posible las recurrentes traiciones a los electores. Desde una perspectiva democrática, lo que está mal no es la indisciplina partidista, sino la falta de mecanismos efectivos para controlar el comportamiento de los funcionarios electos.3 Si en verdad defendemos valores democráticos, rabiar en contra de los Yunes no basta. Se trata, en cambio, de entender de una vez por todas que son las instituciones representativas las que hacen posible el abuso de los políticos profesionales. Entre las muchas lecciones que debe dejarnos la forma tan turbia en que se aprobó la reforma judicial, una de las más importantes debe ser que el gobierno representativo tiene una inocultable naturaleza antidemocrática.4

1. Tras más de 40 años de postularse a través del partido demócrata, Manchin decidió apenas este año postularse como candidato independiente
2. El mandato imperativo, a diferencia del mandato representativo, presupone que las acciones de los funcionarios electos deben de ceñirse a las instrucciones proporcionadas por los electores. Ciertamente su implementación implica numerosos retos, pero la sociedad de la información cuenta con herramientas suficientes para enfrentar dichos retos.
En el presente, la remoción de mandato en México, al estar subordinada a la lógica electoralista y al estar constreñida por numerosos requisitos, ha sido incapaz de producir efectos democráticos. Este mecanismo no debe servir para apaciguar la vanidad de los políticos profesionales, sino que debe fungir como una herramienta orientada a forzar a los funcionarios electos a ceñirse a la voluntad de sus electores. Replantear los alcances y requisitos legales de este mecanismo de control, y acompañarlo de otras instituciones democratizadoras como el sorteo y el mandato imperativo, son presupuestos ineludibles para realizar su potencial democrático.
3. He aquí un ejemplo más de las incongruencias del lopezobradorismo. Si éste estuviera comprometido con la democratización del país, su reforma política buscaría anular la discrecionalidad de los políticos profesionales. En cambio , su reforma política sólo busca debilitar a las élites tradicionales en favor de las élites afines al lopezobradorismo.
4. Quienes hoy se jactan de la aprobación en fast track de la reforma, y quienes hoy responden con un “haiga sido como haiga” a los críticos del proceso, no parecen dimensionar qué tan bajo ha caído la sedicente izquierda electoralista. Pero no es de extrañarnos este hundimiento moral: ¿es sorprendente que un partido que ha acogido con tanto entusiasmo a los más inescrupulosos operadores del PRI y del PAN se rija hoy por los mismos estándares morales que la derecha?