*Escúchese con Heart Shaped Box de Nirvana.
La regla que de memoria se sabe cualquier persona promedio que haya visto películas de superhéroes de Marvel (para tomar un paradigma) es en teoría: no asesines, entrega a los villanos, su destino es la cárcel.
Una especie de burbuja de oro que permite seguir reproduciendo el mito de los superhéroes de cómic y que sirve bien para encubrir otros tantos dilemas morales y reflexiones políticas alrededor de estas figuras como mito moderno de lo que se debe de hacer bien. Y, por cierto, como mito sobre todo gringo-occidental de guía entre el bien y el mal para comportarse y esperar la justicia, a su modo. Dos metáforas rápidas y violentas de justicia se pueden contraponer, siguiendo el hilo anterior: las 60 toneladas de democracia de un tanque estadounidense o el reciente atentado contra Trump, que bien podría valer el pretexto de cualquier país o del mundo, para tomar la decisión de intervenir su régimen para salvaguardarlo.
Umberto Eco ya reflexionaba al respecto en los sesenta a través de “Apocalípticos e integrados” y su valioso ensayo de Superman a quien le caracterizaba por la potencia mezclada con el desprecio por sus propios semejantes, un arquetipo y un compendio de determinadas aspiraciones colectivas. La cereza en el pastel, su fuerza física prácticamente ilimitada, probablemente como una manifestación del poder (quizá para presentar alguno de los atributos del poder, así de general, de manera más visual ante su público y de paso hacerlo irresistible).
Entre líneas reprocha Eco ¿esa potencia desplegada no sería suficiente para terminar con el hambre o liberar poblaciones oprimidas? No, Superman no sirve para eso. Y aparentemente hay un hombre que lo llevó a su extremo interesante, desnudando el mito actual de los superhéroes de cómic: Garth Ennis, dibujante de cómics y autor de la serie “The Boys”, paradójicamente sólo aceptada seriamente por editoriales independientes, aunque DC en alguna ocasión intentaría engullirla, y que ahora ha reaparecido en forma de serie para la plataforma Prime Video.
Superhéroes participando de super-orgías, asesinando a opositores de su dominio pleno por encima de la ley y de las instituciones, erigiéndose como agentes del orden en un Estados Unidos hundido en la ley marcial; optando por todas esas decisiones que no son moralmente ambiguas (pero que probablemente a los lectores de cómics promedio podrían atraerles). Superhéroes descarrilándose a veces rápido, a veces lento, a través de cualquier infamia a la mano: la violación, la posibilidad de plantearse genocidios o magnicidios como soluciones. En fin, un festival crudo de todas las decisiones que seguramente en un mundo alterno Marvel oculta a sus fanáticos: el mundo oscuro de los Stark financiando el desarrollo armamentístico o la fortuna de Bruce Wayne que recae también sobre el avance de la tecnología para asesinar o para hacer la guerra.
No deja de ser paradójico que, en este festival de destrucción de cierto esquema de héroe de cómic, esté detrás el financiamiento de una compañía famosa por la superexplotación de los empleados de su filial Amazon, o su evasión de impuestos en la venta minorista en países, o el empleo de “inteligencia artificial” en la traducción de algunas series (con el objetivo de abaratar costos). No lo ignoramos, lo incluimos como paréntesis consciente.
Regresando a la serie, el desarrollo de la historia también introduce giros asequibles a quien la sigue y constantemente parece estar parodiando una parte de la realidad. En “The Boys” los héroes son prácticamente de probeta, creados a partir del complejo V, gestionados milimétricamente en imagen pública por Vought, empresa creadora que mide las reacciones de su público en redes sociales ante sus acciones y que pretende “incorporar” felizmente (como esa dicotomía falsa entre demócratas y republicanos) a las minorías representándolas a través de clichés o de conceptos profundamente racistas y homófobos, práctica favorita de las empresas reales.
El antagonista es una parodia venida a menos, que pareciera ser una mezcla del Capitán América y Superman, de nombre “Patriota” o “Homelander”, cuyas limitaciones para no abrazar la maldad por completo dependen del trabajo de los mejores psicólogos del mundo y que paradójicamente le hacen un depravado que abraza cada vez más su facultad para despreciar a los humanos, aunque sus limitaciones, paradójicamente, sean precisamente las más humanas (acá seré cauto para no revelar más detalle de la cuarta temporada a quienes decidieron verla). No hay metáforas lejanas: “Patriota” se enamora fácilmente de “Stormfront” o “Frente de tormenta” (claro homenaje al sitio web de propaganda neonazi) una heroína racista creada por los nazis (en el cómic es hombre).
La serie de Prime, para mi gusto, no los desarrolla mucho como grupo contraparte de los “superhéroes” desnudos que son antagónicos. Muestra de ello son las preguntas que sugiere Google al buscar el término “The Boys”: ¿Quién es el verdadero villano de The Boys?
Son quienes le dan nombre a la serie, una pandilla, que bien podría encajar como los clásicos inadaptados, con pasados oscuros, que se unen orgánicamente para reivindicarse en la salvación del mundo; sólo dos mujeres cuentan con superpoderes, pero son inspiradas constantemente por los integrantes sin poderes que desafían a los superhéroes y denuncian constantemente sus excesos de “autoridad”; un recuerdo del valor de los actos valerosos o acciones desafiantes que inician movimientos sociales o resistencias (no espontáneamente).
Puede ser que la cuarta temporada (la última disponible, pero la penúltima aparentemente) tenga mayor contenido político, pues en esta se toman decisiones del destino de Estados Unidos que terminan por modificar la normalidad. Los dilemas éticos y morales están presentes en cada uno de los episodios, además del excesivo uso de la violencia en extremo gráfica. Y a juzgar por algunas reacciones en redes sociales, atrae la ambigüedad moral que podría sugerirse pues “The Boys” terminan usando medidas también crueles o cuestionables para detener el avance de los superhéroes malévolos.
Conviene tener a la mano la claridad política de Adolfo Sánchez Vázquez en “Ética y política”. No se toman decisiones de envergadura pública sin una moralidad, como algunos maquiavelistas vulgares quieren diseminar por el mundo con su incapacidad de fijar rumbos, objetivos y formas, o su capacidad para generar daño a la población sin asumir una responsabilidad. Dice Sánchez Vázquez que hay diferentes caminos y maneras de llegar a los objetivos políticos y eso por supuesto hace patente hoy la distinción entre la izquierda y la derecha.
En español mal escrito: no es lo mismo conseguir 5 pesos, robando (ni siquiera es lo mismo robar sin ocasionar un daño físico u ocasionándolo) que trabajando y ad infinitum; no es lo mismo ganarse 5 pesos trabajando en una tortillería que ganarse 5 pesos trabajando al mando de una granja de bots que forman parte de una estrategia política para orillar a usuarios de redes sociales a adquirir comportamientos, véase Cambridge Analytica.
Finalmente, héroes de carne y hueso tenemos, plebeyos como los Arcángeles de Taibo II. O como los héroes zapatistas que lazaban ametralladoras durante el sitio en Cuautla en 1911, del cual salimos victoriosos nosotros, la perrada, venciendo a la muerte, vencimos al Batallón de la Muerte; resabios del porfirismo.
Échenle un ojo a “The Boys” es provocadora en el ámbito moral e incluso ha desencadenado algunos textos acusando al creador de odiar a los superhéroes. Conviene revisarla también para repasar a los héroes propios, de carne y hueso.