Existe una creencia popular (no del pueblo sino bien difundida) que dicta una supuesta traducción del “ahuacatl” en náhuatl literalmente en testículo para el castellano. Es falso, según el “Gran Diccionario Nahuátl” la palabra “ahuacatl” se traduce en aguacate; así de sencillo.
Quizá por la forma de los aguacates, el albur o las asociaciones de imágenes; transformaron esa creencia popular a la expresión “Es como una pellizcada de aguacates”. Lo que supondría significar una pellizcada a los testículos denotando molestia, en un grado de intimidad, diría yo.
Hace tiempo que no escuchaba la expresión y ahora se presentó curiosamente en una conversión fortuita con un militar activo con el curso de Fuerzas Especiales del arma de blindados. Inicialmente me sorprendió la franqueza porque el lo tenía muy claro, yo no hice la asociación inmediatamente, no sé por qué razón, pero se explicó. Dijo algo así como “¿No es una pellizcada de aguacates que haya ganado la presidenta?”, yo no lo confronté, a pesar de que evidentemente era el camino hacia la misoginia y el machismo, porque en esas conversaciones fortuitas si controviertes, pierdes la oportunidad de profundizar en el pensamiento del otro. Ya me ha pasado en otras ocasiones con temas también al filo de lo cotidiano como la presencia de migrantes en la Ciudad de México y el racismo que existe entre segmentos de la población al pensar que roban empleos locales y que son potenciales ladrones.
Supuse que lo más oportuno era intentar voltear el tablero. Le pregunte al cabo ¿has tenido alguna vez un mando mujer?, el me contestó que sí y siguió el desfile: “las mujeres son más viscerales”. No le confronté e intenté ofrecerle mi punto de vista personal, contándole que en varias ocasiones me había tocado tener mandos mujeres sin problemas e incluso valoraba su gestión porque eran marcadamente inteligentes.
No lo convencí, solamente asumió que tenía expectativas abiertas de cómo conduciría Claudia Sheinbaum el país, a pesar de llevar junto a esa reflexión un comentario señalándola como títere del actual presidente.
Luego, intentando comprender de dónde venía su forma de hacer y pensar, seguí la entrevista involuntaria. Le pregunté si había estado en combate en sus 13 años que tenía de trayectoria dentro del Ejército. Y la sorpresa se amplió, contó entre sus haberes de experiencia la guerra contra el narco durante el sexenio de Felipe Calderón y la sorpresa se duplicó: -ahora pareciera que hay una consigna de dejar tranquilos a los malos, no nos dejan entrar tanto en combate como antes-, dijo.
Le pregunté si no le convenía más salir de la milicia para dedicarse a alguna actividad especializada en el ámbito policiaco, quizá incorporarse a Fuerzas Especiales policiacas; orgulloso dijo que ya no, pues estaba cerca de retirarse y no tenía ninguna queja de la institución a la que pertenecía.
(Abro paréntesis: el texto no es necesariamente analítico, solo ofrece vestigios, quizá más bien un relato que se pensaba solo con la primera entrevista pero que ahora incluirá lo siguiente. Cierro paréntesis)
En la antípoda de esas conductas nocivas que bien podrían ser institucionales, semanas antes me encontré con otro eco interesante, un exsanidad pero a 7 horas de esta monstruosa ciudad, que intentó ser presidente municipal, dueño de dos locales: uno de deliciosos caldos y otro de deliciosas bebidas espirituosas. Ambos curiosamente atendidos exclusivamente por mujeres, familiares de él, que sin tapujos aludió a las Fuerzas Armadas con una imagen vertiginosa de pulcritud hacia afuera pero que en realidad no representaban eso. Su orgullo no estaba en la institución de la que salió, se encontraba en su familia, el proyecto político por el que competía y en su propia honestidad.
La brújula de dos integrantes de la milicia mexicana puesta con un norte distinto.
En los restos de mi propia memoria, el entrenamiento con una carabina, probablemente M1; correr en la pista de las instalaciones, cargando esos 3 kilos, pero además bajo la amenaza de no dejar atrás a nadie, así que literalmente tuvimos que arriar a uno que otro pasado de peso que ya no podía respirar ni moverse.
Una sola patada al estómago por fingir hacer lagartijas fue suficiente para que el mando del escuadrón fuera llamado a rendir cuentas y regresara retando entre dientes a todos: “Esto es disciplina”.
Alguna vez antes de comenzar la rutina del día mis compañeros de escuadrón tuvieron la idiota idea de molestar a una persona en situación de calle; intenté defenderle y para ellos eso fue suficiente para apodarme “el guerrillero”.
En ese entonces nos llevaron a los más altos al Campo Marte a presenciar alguna ceremonia con Calderón al frente; nauseabundo, pero también delirante, pues yo no paraba de pensar en la necesidad de protestarle, no me animé ahí. Afuera todo ese sexenio lo sufrieron muchas familias.