Columna Rebeliones eslabonadas

24 junio 2024

Dioses del mundo moderno, José Clemente Orozco, 19

¿Qué intelectuales?

No se abordó lo suficiente en recientes fechas el remanso que se generó para el debate hace algunos días, cuando se comenzó a hablar de la bancarrota de cierto tipo de intelectuales orgánicos a los gobiernos en turno, otrora que florecieron durante el periodo oscuro de nuestro país.

Puede ser porque el fantasma de que, al terminar su sexenio, López Obrador dejará un vacío discursivo y simbólico de poder muy grande. Poco se dijo que incluso él fue quien logró orillar a la oposición a imaginarse a Xóchitl como una gran adversaria. Y que también fue él quien orilló a los capos de la cultura y la intelectualidad (según dichos del propio Bartra de derecha) a quitarse las máscaras y asumir descaradamente su desesperación por la falta de apapachos o asumir su apoyo a X. Gálvez.

En ese respiro, faltó mucho abordaje sobre el tipo de intelectualidad que tenemos y que ahora las nuevas generaciones de izquierdas están procurando; desafortunadamente de forma mayoritaria: una intelectualidad que mantiene el vínculo roto de compromiso, militancia o incluso de experiencia práctica.

Abundan intelectuales que no asumen compromisos, que siguen contando el viejo cuento de la objetividad a ultranza y que usan los lenguajes de las élites. Acomodaticios como Hernán Gómez, quien se guía por personajes, simpatías y sátiras del bloque conservador. Sin embargo, cuando surge una oportunidad de discusión profunda, como la de la reforma al Poder Judicial, a capricho, no puede ver más allá de sus narices para valorar el peso que tiene la democracia en un poder capturado y enigmático (arcana imperi o los misterios profundos del poder accesibles sólo a los privilegiados); contraste de lo público y de la lejanía que mantienen con lo que necesita el país para continuar su transformación. Exige, claro está, un ejercicio más serio que sólo salir a perseguir señoras de rosa por el zócalo (que tiene su valor en términos reporteriles).

Ese es un caso, pero aún más preocupante resulta que dentro de programas interesantes de debate nacientes o de medios que se asumen autónomos no se tenga la capacidad para localizar verdaderos especialistas o personas que tomen en serio la labor de informarse y emitir una opinión formada. Pareciera que se replica la fórmula de los opinólogos y se construyen rostros y voces que no aportan, pero sólo son identificables por repetición o por ser voceros de grupos políticos. Pongo el ejemplo de Renata Turrent, que aparece en innumerables programas de grupos corporativos y medios públicos, repitiendo los mismos argumentos y con aparente apuro por no tener la capacidad para hacerse de aportaciones verdaderas para el proceso de cambio que necesita ese tipo de impulso.

Es, por supuesto, una responsabilidad compartida para esta nueva camada de intelectuales y para los medios de todo tipo, el procurar una intelectualidad distinta, al menos, para no ponerle adjetivos. Y, de paso, pensar en lo sano que es también reflexionar el tipo de intelectualidad que podríamos necesitar. ¿De qué luchas vienen quienes ahora toman los micrófonos y cámaras? ¿Desde dónde hablan? ¿Cuántos contrapesos propios (silencios voluntarios) guardan? ¿Qué autoridad moral tienen para hablarlo así? ¿Han sido responsables con la información que emiten?

Sirva este superficial y rápido pensamiento para un llamamiento a depurar las viejas formas de los medios corporativos para construir a la intelectualidad. Insisto, estamos frente a una oportunidad de crear algo nuevo y se debe de aprovechar. Quizá procurando verdaderos especialistas en los temas, diversificar por supuesto las voces, acrecentar a la gente que con prudencia puede emitir su opinión reconociendo sus limitaciones o incluso negarse a hacerlo partiendo de esas limitaciones propias.

Si reiniciáramos el proceso de reconfiguración de la intelectualidad de izquierdas nacientes o en desarrollo, o se tuviera oportunidad de insertar otro “linaje de intelectuales” se podría proponer una veta productiva para la sociedad: los intelectuales populares. No tendrían la necesidad de haber sido formalmente educados, sino en el esfuerzo de tratar de entender a la sociedad para cambiarla, y por supuesto, manteniendo intereses de clase presentes, los de las clases bajas, así como la definición constante de los problemas que les aquejan para articular sus demandas. Así conceptualizan Baud y Rutten a los intelectuales populares.

No es un linaje de intelectuales nuevo, por cierto, el crecimiento político e intelectual de movimientos revolucionarios de todas partes del mundo los han tenido entre sus filas y suelen ser maestros involuntarios o sí decididos de grandes figuras políticas.

Considérese esta propuesta y, si no, regresemos al inicio: ¿Qué intelectuales necesitamos? ¿Cuál es la responsabilidad de la sociedad, de los políticos y de los medios en este asunto?

Va un reconocimiento a quienes con su trabajo sí representan un modelo de intelectuales que aporta, como Violeta Vázquez-Rojas y Daniela Barragán, que mantienen viva la llama de la experiencia práctica.