Breve reivindicación de Adolfo Gilly a un año de su partida

Apenas hace una semana se cumplió un año del fallecimiento de Adolfo Gilly, quizá uno de esos últimos intelectuales y maestros mexicanos que mantuvo vivo el circuito del pensamiento-compromiso-acción. Sin duda, un ejemplo de formación transcontinental, porque se nutrió de procesos políticos, rebeliones y revoluciones de diversos continentes y múltiples tiempos. La combinación poderosa de conocer el pensamiento latinoamericano de cerca y haber experimentado la fuerza de los mineros bolivianos alzados a mediados del siglo XX o la revolución cubana triunfante en defensa de su territorio a través de las milicias populares. Y también la capacidad para hilar y enseñar la historia, la manera de conformarla y entenderla, a través de textos particularmente difíciles de conseguir y a veces ya sin siquiera reediciones (no por ser su pasatiempo, sino por lo desafortunado que resulta su reedición al español). Por poner ejemplos que brotan en la mente: Marc Bloch y su tristemente poco conocido “La extraña derrota”; los estudios subalternos de Guha; el magnífico análisis de Trostky sobre la Revolución rusa; los textos de E.P. Thompson, Fernand Braudel y “El Gran Pánico de 1789. La Revolución Francesa y los campesinos” de Georges Lefebvre.

Adolfo refrendó su decisión, en algún punto de su vida, de, con sinceridad, escapar a las entrevistas por su condición resbaladiza. Parece ser que la última entrevista que dio pudo haber sido la publicada en el 2010, aquella que se nombró “Lo que existe no puede ser verdad”, para la revista New Left Review, disponible aquí. Todos los demás fragmentos de su legado y pensamiento por supuesto que se pueden recorrer a través de sus libros y textos.

Alguna vez, paseando por los pasillos de la Facultad de Filosofía durante un coloquio en honor a Adolfo Sánchez Vázquez, él se sorprendía de lo vacío que estaban los eventos y de lo olvidado que estaba su pensamiento para las nuevas generaciones. La breve reivindicación de su trayectoria y aportación al mundo de la acción y de las ideas, se hace acá para ayudar a que no quede en el olvido.

A mis manos, sin conocer al autor, por préstamo de uno de mis primos, caería el primer libro que le conocí y uno que recomiendo no perderse, pues es un análisis de la Revolución nuestra: “La revolución interrumpida”, texto que comenzaría a escribir cuando cayó preso en 1966 dentro de Lecumberri y sus hojas cuadriculadas para pasar lista a los habitantes, acompañado en las madrugadas por sus vecinos de crujía que montaban guardias a veces para evitar ataques internos en contra de quienes habían sido encerrados por razones políticas.

Monsiváis calificó este texto como una posibilidad para comprender nuestra Revolución como un proceso legible y no una cadena de aberraciones. Recomendable el texto, entre otras cosas, para todas esas izquierdas que glorifican las experiencias revolucionarias europeas, pero desconocen las propias. Total, este es uno de los textos de Gilly que trascendió tiempos y también lo que hasta ese entonces existía en la historiografía sobre la Revolución. El documento circuló por todo el mundo en distintas lenguas, si no mal recuerdo llegué a ver ejemplares en chino y en francés.

En el otro extremo temporal, están los que podrían ser sus dos últimos libros: “Estrella y espiral” y “Felipe Ángeles, el estratega”, ambos en Ediciones Era, editorial que acumula la mayor parte de su obra.

“Estrella y Espiral” lo tengo en fila esperando, pues ahora me encuentro disfrutando “Felipe Ángeles, el estratega”, un texto que a Adolfo le costó varios años poder concluir, y no sólo por sus más 700 páginas, porque no escatimaba en romper reglas ociosas que tienen hasta los propios historiadores (regularmente, por deformación, extremadamente cuadrados y temerosos de la teoría), sino por su demostración vasta de fuentes y contrastación de datos. Recuerdo que alguna vez, en alguna conversación, decía que había que ser poco celosos con las fuentes de las investigaciones, pues no servía con los mismos objetivos a unas y otras.

En el libro, se le da gusto al general, dice él, concediéndole su fecha de nacimiento, disputada por dos municipios hidalguenses y poniendo en batalla de artillería de datos un acta de nacimiento y los propios dichos de Ángeles. Por otra parte, estudia el origen de la toma de Ciudad Juárez, contrastando las versiones disponibles y poniendo en tela de juicio el mando militar que Madero pudo ejercer sobre sus comandantes. De paso, caracteriza al propio Madero como un hombre que hizo caso omiso a las advertencias de Luis Cabrera y, apenas ejerció la presidencia, decidió romper con los alzados el Ejército Libertador del Sur y así precipitar la revolución más plebeya dentro de todo este proceso histórico.

Sirva este despliegue de recuerdos, textos y autores, inspirados a la luz de lo que se presume aprendido bajo la guía de Adolfo Gilly, para reivindicar su bondad como ser humano y su generosidad para compartir el conocimiento. Su legado podría ser como una caja de herramientas (para juguetear con Jon Elster) para estudiar la historia, analizar las revoluciones y por qué no, modificar la realidad a manos de los que sí tienen voz y agencia para transformar sus realidades.