18 abril 2025

Techos de cristal y suelos pegajosos: una historia real

Y tuve que renunciar… Sabía que lo correcto era denunciar la violencia laboral que estaba sufriendo, pero el miedo que me invadía era más fuerte que mi sentido de justicia. Me sentía perdida. La persona que podía apoyarme y hacer justicia había decidido callar y encubrir a mi agresor. Su meta: cuidar su futuro encargo como presidenta de esa institución. ¿La meta de él? La ignoro. Cuando alguien, de forma consciente, decide hacerte daño todos los días, sabes que es alguien que jamás va a cambiar.

Hace un año que renuncié a ese lugar. Padecí insultos verbales, burlas por parte de compañeras y compañeros de trabajo, bloqueos, acusaciones sin fundamento; me negaban el trabajo y me ignoraban. Un florero tenía más presencia en esa oficina. Fui objeto de burlas por mi sobrepeso y estado de salud, soporté música insultante, comentarios misóginos, gritos, mofas por el hecho de que mi padre hubiese sido militar, e incluso me aventaron un expediente. Todo eso, entre otras agresiones, por atreverme a cuestionar la conducta y la autoridad de quien se decía mi superior jerárquico. Pero el respeto no se impone a base de gritos, amenazas ni insultos. Y por supuesto, tampoco el mío. Desafortunadamente, a quien se atrevió a apoyarme le hicieron pasar por la misma suerte.

Un año después, sigo cargando ese lastre sobre mis espaldas. El estigma de haber estado ahí me persigue. Si tan sólo supieran cómo se asombran los empleadores prospecto cuando preguntan por qué renuncié. Se sorprenden al saber que, en un lugar donde se supone que se defienden los derechos político-electorales de la ciudadanía, ocurren situaciones así. Y sí, también sienten miedo. Temen las represalias políticas que dicha dupla pudiera ejercer sobre ellos. Juzgar el rol de cada persona que estuvo en ese tiempo y lugar ya no me corresponde. Decidí seguir con mi vida. Sabía que la cura era peor que la enfermedad.

¿Y cómo puede concebirse que alguien padezca violencia y no denuncie? Así: normalizando las conductas, recibiendo una dosis diaria, a veces pequeña, a veces más grande, hasta que se llena el vaso. Existen comportamientos conocidos como micromachismos laborales, entre los cuales se encuentran:

  • Interrupciones: cuando un hombre interrumpe frecuentemente a una mujer.
  • Apropiación de ideas: cuando se le da crédito a un hombre por una idea originalmente propuesta por una mujer.
  • Mansplaining: explicar cosas a una mujer de forma paternalista y condescendiente.
  • Manspreading: ocupar más espacio del necesario, por ejemplo, en el transporte público.
  • Invisibilización: ignorar o hacer invisible a una mujer en espacios tradicionalmente masculinos.
  • Evaluaciones basadas en características físicas: juzgar a una mujer por su apariencia, su tono de voz o su cabello.
  • Techo de cristal: barrera invisible que impide a las mujeres acceder a puestos de dirección.
  • "Ova-looked": cuando se excluye a una mujer de una oportunidad sólo por ser mujer.
  • Suelo pegajoso: dificultades para dejar trabajos precarios o mal remunerados.
  • Violencia sexual: acoso sexual por parte de superiores jerárquicos.

Estas conductas pueden presentarse de forma conjunta o aislada. Un micromachismo que suele repetirse y que a menudo no detectamos es cuando a las mujeres se nos asignan tareas como “poner el café o calentar la comida de los compañeros o del jefe”. Hagamos una pausa y reflexionemos: nuestro primer impulso es decir que lo hacemos de motu propio, que nadie nos obliga, e incluso afirmamos que sólo nosotras tenemos el “don” de que el café o la comida queden mejor. ¿En serio?

¿Y qué hay de esas jornadas infinitas, de las guardias impuestas a cambio de permisos por enfermedad? ¿De las burlas cuando alguien trata de estudiar, de la presión cuando tenemos hijas, hijos o familiares que también requieren atención? Sí: eso también es discriminación. Me atrevo a afirmar que nadie trabaja por gusto, sino por necesidad.

El trabajo es nuestro derecho, sin importar el género. Sin embargo, algunas empresas o instituciones aún discriminan y hostigan a las mujeres, erróneamente creyendo que no tenemos la capacidad de desempeñar las funciones que se nos encomiendan. La violencia de género en el ámbito laboral es una realidad constante por el simple hecho de ser mujeres. La discriminación, el acoso y el hostigamiento laboral hacia las mujeres son notorios en México, desde el proceso de postulación hasta el ejercicio del empleo.

Antes se pensaba que estas conductas se originaban en relaciones asimétricas de poder; sin embargo, también se dan entre pares.

La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, emitida por la Asamblea General de las Naciones Unidas, establece que todo acto de violencia basado en la pertenencia al género femenino que tenga, o pueda tener, como resultado un daño físico, sexual o psicológico, constituye violencia contra la mujer. Se trata, pues, de un acto basado en el odio irracional hacia la mitad de la población.

La normalización de estas conductas nos impide derribar los techos de cristal que enfrentamos día con día, y nos mantiene pegadas a esos suelos que nos inmovilizan. Podemos asistir a conferencias y cursos, pero el verdadero cambio no vendrá del exterior. Hablemos, entonces, de una deconstrucción: que seamos nosotras quienes transformemos nuestro entorno. Que, si vemos a una compañera o compañero lidiando con la difícil conciliación entre vida laboral, profesional y familiar, no le sumemos más cargas.

Escuché alguna vez que alguien dijo: “Si eres el jefe, recuerda que tus empleados no son un lavadero emocional”. Esa frase aplica para todos: hombres y mujeres. Todos enfrentamos situaciones estresantes —en el transporte, en la familia, en lo económico, en la salud— y eso no justifica desquitarse con quienes trabajan con nosotros, ni reproducir estereotipos de género.

¿Cuál es entonces el papel de empleadores y empleadoras? Identificar y analizar los factores de riesgo psicosocial en el trabajo; establecer políticas que promuevan la igualdad de género; implementar acciones que generen un cambio real; propiciar ambientes de corresponsabilidad, confianza, autodeterminación y desarrollo de capacidades. Replicar iniciativas como la Ley Micaela; capacitar al personal de forma efectiva en prevención de violencia; verificar los resultados, evaluar los protocolos, y —sobre todo— sancionar a los agresores. ¡No se conviertan en feministas de escritorio!

Lamentablemente, vemos a diario a funcionarias y funcionarios que, a pesar de asistir e incluso impartir múltiples conferencias sobre prevención de violencia de género y acoso laboral o sexual, no cambian su comportamiento. Presumen defender los derechos de otras personas (políticas y políticos), sólo porque las cifras importan, porque dan buena imagen, porque imponen “respeto y admiración”. Esos son sus resultados: sentencias históricas que se replican en eventos. Pero, a su alrededor, no dudan en servirse de los demás.

Nosotras, por nuestra parte, debemos aprender a defendernos. Seamos esa amiga que ayuda a tejer una red de apoyo. Leamos, visibilicemos las conductas nocivas y no repitamos ni solapemos patrones violentos. Por eso, debemos acudir a la autoridad superior que pueda establecer una sanción o conciliar en un conflicto. Si eso no es posible, acudir al Órgano Interno de Control, a recursos humanos o incluso a la fiscalía. Existen protocolos establecidos para tal fin. La Secretaría del Trabajo y Previsión Social ha desarrollado un esquema conceptual para la elaboración del Protocolo para la prevención, atención y erradicación de la violencia laboral, que incluye acoso laboral, acoso sexual y hostigamiento en los centros de trabajo. Se debe brindar apoyo psicológico, legal y social a las mujeres víctimas de violencia laboral.

La violencia laboral contra las mujeres, representa un problema que afecta a toda la sociedad y que requiere una respuesta integral y coordinada. Es necesario que empresas, gobiernos y sociedad trabajemos en conjunto para prevenir, atender y erradicar esta forma de violencia.

Y no, NO ESTAMOS SOLAS.

¡Seamos conscientes de que el acoso y la discriminación laboral tienen repercusiones graves en la salud física y emocional de quienes lo padecen!