11 marzo 2025

Rita Guerrero: el estruendo subversivo del rock mexicano

Alguna vez, el rock mexicano fue disruptivo. Ya sea por su estética, sus letras, sus posicionamientos políticos o sus escándalos mediáticos, el rock en México fue sinónimo de transgresión y de la mezcla impensable de lo tradicional con lo profano. Y si hay un nombre que encarna ese espíritu de subversión, es el de Rita Guerrero.

En un país donde el rock aún cargaba el estigma de ser un espectáculo marginal —ya fuera por el amarillismo de la cobertura mediática de Avándaro, por la vigilancia gubernamental o por la censura velada de la industria—, la aparición de Santa Sabina en 1989 fue un acontecimiento sísmico. La banda, integrada por Alfonso Figueroa, Pablo Valero, Jacobo Lieberman, Patricio Iglesias y Rita Guerrero, desmanteló las convenciones sonoras del momento y desafió los imaginarios culturales de lo que podía ser una banda de rock en México. La presencia de Rita en el escenario era magnética, pero sobre todo política.

Santa Sabina rompió los escaparates del rock mexicano. Mientras la mayoría de las bandas se debatían entre copiar fórmulas anglosajonas o adaptar un rock citadino sin compromiso, Santa Sabina se aventuró en el abismo. Musicalmente, fusionaron el rock con jazz, música medieval, experimentalismo sónico y una teatralidad densa que los alejaba del típico grito generacional. Con su música, generaron experiencias crudas que antagonizaban en vez de seducir a su público.

Pero fue la voz de Rita Guerrero, profundamente teatral, lírica, y extenuante, la que sostuvo ese proyecto estético-político. Guerrero no cantaba, invocaba. Sobre el escenario, era a la vez sacerdotisa pagana, profeta maldita y actriz de un drama expresionista. Se apropiaba del cuerpo, hacía del gesto un acto político y volvía a la música un vehículo de catarsis colectiva. En un país donde la moralina conservadora dictaba lo que una mujer debía ser —recatada, dulce, obediente—, Rita se erguía en escena como un animal mitológico, erótico y desafiante.

Santa Sabina nunca fue apolítica. Y Rita Guerrero, menos. En un México donde la clase política aún mantenía un control férreo sobre los medios de comunicación y donde el levantamiento zapatista de 1994 cimbraba el país, Guerrero hizo explícito su compromiso con las causas sociales. Participó activamente en los movimientos en defensa del EZLN y la banda se convirtió en un brazo cultural del movimiento, presentándose en foros pro-zapatistas y prestando su voz a la disidencia.

Rita también formaba parte de un ecosistema artístico vinculado a las ideas de ruptura. Desde su llegada al Centro Universitario de Teatro (CUT) de la UNAM, Guerrero absorbió la idea de que el arte no era entretenimiento, sino arma. Su participación en proyectos teatrales, colectivos culturales y manifestaciones artísticas comprometidas reafirmaba que su voz no pertenecía únicamente a la música, sino a una política del cuerpo, la palabra y la disidencia.

Mientras otras bandas coqueteaban con el mainstream o buscaban la aprobación de la industria, Santa Sabina operaba en las fronteras. Rita abrazó la estética gótica, la expresión escénica desbordada y la crítica política sin reservas. Su cuerpo no estaba al servicio de la industria del entretenimiento, sino al servicio de una visión artística liberadora.

Cuando Rita Guerrero murió de cáncer en 2011, el rock mexicano perdió algo más que una vocalista talentosa: perdió un emblema de resistencia. Santa Sabina fue más que una banda; fue un manifiesto sonoro y político que cuestionaba las estructuras del poder, la moralidad impuesta, el silencio obligado. Y Rita fue su fuerza vital, una mujer que jamás se disculpó por ocupar espacio, por ser ruidosa, teatral y políticamente comprometida.

Hoy, a 14 años de su muerte, el eco de Rita persiste en las calles. En un contexto donde los feminicidios, la censura artística y la violencia institucional siguen vigentes, la figura de Rita Guerrero adquiere nuevas capas de significado. Fue la mujer que, en los años noventa, encarnó la potencia subversiva del rock mexicano; la que llevó la música a los márgenes del ritual y la catarsis; la que gritó cuando otros cantaban.

Por eso Rita Guerrero sigue siendo indispensable. Porque cuando el rock se domesticó, ella mantuvo el filo. Porque cuando la industria pidió complacencia, ella entregó rebeldía. Porque cuando la escena olvidó sus raíces disidentes, ella insistió en conectar la música con la lucha social. Y porque en un país como México, donde la obediencia ciega se premia, la voz de Rita —inquieta, indómita, devastadora— sigue resonando, como un estruendo que nunca se apaga.