11 febrero 2025

Ricardo Bofill: la arquitectura al servicio de las masas

Ricardo Bofill fue un arquitecto que entendió la arquitectura más allá de la estética y el diseño, lo entendió y vivió como un campo de batalla en la lucha por la ciudad y la dignidad de quienes la habitan. Su obra es el testimonio de una voluntad férrea por desafiar las convenciones, por imaginar espacios donde la vida pudiera desplegarse en formas más libres, más justas, más humanas. Nunca fue un mero estilista ni un tecnócrata del urbanismo; fue un arquitecto que se pensó a sí mismo como un agente de cambio, un mediador entre las utopías posibles y la materialidad concreta de la vida urbana.

Expulsado de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona en 1957 por su vinculación con el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), Bofill entendió desde joven que la arquitectura no podía ser una disciplina ajena a la política. En 1963 fundó el Taller de Arquitectura, un colectivo que reunió a arquitectos, ingenieros, sociólogos, filósofos y cineastas en una empresa común: pensar la ciudad desde una perspectiva que no cediera ante la estandarización impuesta por el mercado y el funcionalismo ortodoxo. En tiempos en que la arquitectura se limitaba a producir cajas de hormigón que organizaban la vida según principios de eficiencia y rentabilidad, Bofill imaginaba espacios donde la estética y la monumentalidad no fueran privilegios de las élites, sino derechos de la gente común.

Esta convicción lo llevó a desarrollar proyectos de vivienda social que desafiaban la lógica de los grandes conjuntos habitacionales sin alma. En Walden 7, un complejo residencial en las afueras de Barcelona, diseñó una estructura laberíntica de patios y pasarelas donde la comunidad podía florecer. En lugar de pasillos interminables y bloques anónimos, propuso un ecosistema arquitectónico donde el encuentro y la interacción fueran inevitables. Su nombre evocaba la obra de Thoreau, pero en su concepción práctica respondía a una necesidad urgente: dotar a la vivienda social de una dignidad que la modernidad arquitectónica parecía haberle arrebatado.

El desafío al urbanismo tradicional se hizo aún más evidente en Les Espaces d'Abraxas, un conjunto monumental en las afueras de París. Aquí, Bofill llevó su visión al extremo: una arquitectura inspirada en la grandiosidad del clasicismo, pero puesta al servicio de la vivienda popular. Su diseño era un manifiesto contra la banalización del espacio público, una afirmación radical de que la belleza no debía reservarse para los templos del consumo o los palacios del poder, sino que podía estar presente en la vida cotidiana de los trabajadores. Pero el proyecto fue saboteado por las mismas fuerzas que se oponían a la posibilidad de una arquitectura popular monumental. La estigmatización y la falta de mantenimiento estatal transformaron el complejo en un ejemplo de abandono, una demostración conveniente para quienes siempre han argumentado que la grandeza arquitectónica es incompatible con la vivienda social. En lugar de mantener y fortalecer el proyecto, las administraciones optaron por dejarlo deteriorarse, reforzando el prejuicio de que las soluciones habitacionales dignas para las clases populares no son viables.

Más allá de la controversia, el legado de Bofill es el de un arquitecto sin igual que puso su genio al servicio de una idea de ciudad que se enfrentó a los dogmas de su tiempo y a favor de la lucha por la dignidad de las masas. Su arquitectura es un recordatorio de que el espacio que habitamos es siempre el resultado de una lucha, de una tensión entre quienes buscan maximizar la rentabilidad y quienes aspiran a hacer de la ciudad un lugar habitable en el sentido más profundo. Pensar su obra desde la perspectiva del presente nos obliga a preguntarnos qué significa construir hoy, para quién se diseña y qué valores guían la producción del espacio urbano. Bofill nos enseñó que la arquitectura, cuando es verdaderamente radical, no se conforma con dar forma a los edificios: transforma la vida misma.