Mohamed Abubakr @abubakrjpg
Hace no muchos ayeres, los vasallos de la Razón europea trazaron cuidadosamente un plan para erradicar eficazmente a sus enemigos. Dicho plan fue diseñado con la cabeza fría; sus ejecutores fueron verdugos impasibles que se ciñeron fríamente a directrices estipuladas de antemano.
La calculada acción genocida se desarrolló de la siguiente forma: Los señores de la muerte mandaron llamar a sus futuras víctimas. Decidieron reunirlos en un espacio donde pudieran observarlos y manipularlos cuidadosamente, no sin antes asegurarse de que cada uno de los potenciales rebeldes estuviera debidamente desarmado. Además, prepararon de antemano sus letales herramientas y dispusieron racionalmente sus recursos con tal de matar al mayor número de personas con el menor esfuerzo posible. No era tanto la saña o la venganza lo que impulsaba a los administradores de muerte, sino la eficiencia. Fue así que se construyó una vileza legendaria: los señores de la necropolítica asesinaron en un par de horas a 6 mil seres humanos. Este número vertiginoso era sólo una muestra de lo que estaba por venir.
El cuadro aquí delineado no refiere a los campos de exterminio nazi, dónde millones de personas (comunistas, homosexuales, personas con discapacidades, judíos, romanís, etc.) fueron aniquilados en un lapso de tiempo brutalmente corto. Pese a las notorias similitudes, el episodio aquí narrado es un caso más viejo, uno que tuvo lugar hace más de 500 años en Abya Yala: la matanza de Cholula, acontecida el 18 de octubre de 1519. Cortés y sus tropas, acompañados de los señores de la guerra de Tlaxcala y de Cempoala, fueron los primeros en gestionar la muerte en Mesoamérica a partir de la necrorazón fermentada en Europa.
Ciertamente la necropolítica de Cortés en el siglo XVI fue una débil precursora de la necropolítica que caracterizó a los proyectos coloniales en África en el siglo XIX, al nazifascismo en el siglo XX o al apartheid sionista del siglo XXI. Sin duda, la eficiencia técnica de entonces era aún rudimentaria y la razón instrumental no había logrado madurar su fruto podrido. Cortés y los suyos no disponían de gas Zyklon B ni de avanzados software de IA para despedazar a los cholultecas. No obstante, la administración de muerte se pensaba ya en términos de una relación costo-beneficio. El mayor número de muertes en el menor tiempo posible. La aniquilación de seres humanos ya había dejado de ser un problema y había dado paso a una necesidad más acuciante: ¿Cómo hacer de la actividad de los verdugos una labor más eficiente?
Otro elemento importante para entender la relación entre la necropolítica y el colonialismo europeo del siglo XVI es el tropo de la seguridad. Cortés justificó sus acciones genocidas en Cholula arguyendo que un ataque preventivo era necesario para garantizar la seguridad de los suyos. Así como hoy Netanyahu, sus ministros, gran parte de la clase política israelí y una parte sustancial de la sociedad en este país justifica los ataques indiscriminados contra el pueblo palestino apelando a una idea xenófoba y militarista de la seguridad, Cortés informó en sus cartas de relación que con su artera trampa buscó anticiparse a una emboscada cholulteca. Poco importa si se trataba de una amenaza imaginaria o real. Lo que aquí interesa es observar cómo la idea de seguridad se inserta en una narrativa que permite convalidar los crímenes más atroces del colonialismo. La estela de muerte que arrastran los colonos es tan larga como vieja. Por donde quiera que camina, el colonialista deja a su paso sangre, despojo y sufrimiento. Pero el invasor, que en el fondo sabe que su proyecto colonial puede venirse abajo en cualquier momento, no blande su sable sangriento sin el respaldo de un discurso ad hoc para disimular sus intenciones genocidas.
La matanza de Cholula es tan sólo uno de los muchos casos en los que el colonialismo ha desplegado su necropolítica en contra de los pueblos de Abya Yala. Hablar una vez más de este caso no debe entenderse como un deseo por desenterrar un crimen desconocido (el caso en cuestión es bastante conocido por los historiadores). Lo que busco es pensar a través de él nuestros deberes presentes. Pese a sus infinitas diferencias, los pobladores de Abya Yala y los palestinos comparten un enemigo similar: el colonialismo. Trazar un paralelismo entre Gaza y Cholula no debe entenderse como una analogía forzada orientada a explicar nuestro presente, sino como un recordatorio sobre los efectos despiadados que la necropolítica colonialista tiene sobre el Sur Global.
Si bien hoy es en Gaza donde se concentra la saña del imperio, los pueblos originarios de Abya Yala conocen muy bien qué es lo que implica el “derecho a defenderse” invocado por las potencias coloniales. Al igual que Cortés, quienes hoy pretenden que lo que el Estado de Israel realiza en Gaza es garantizar su derecho a la seguridad no hacen sino ocultar lo evidente: La guerra contra los palestinos es hoy, al igual que desde hace décadas, la manifestación más sádica del proyecto colonial israelí. La seguridad israelí es sólo un pretexto para dar rienda suelta al impulso de profundizar la limpieza étnica. La solución final habita desde hace años en las cabezas delirantes de los señores de la muerte israelís; lo único que necesitan para llevarla hasta sus últimas consecuencias es un discurso capaz de acomodar la indiferencia de la comunidad internacional.
Si en lo que hoy es México sabemos muy bien a dónde conduce ese discurso; si ya sabemos que el colonialismo no ha dejado de disimular su rapacidad tras un supuesto compromiso con la moralidad (v.gr., la obscena afirmación de Netanyahu según la cual el de Israel es “el ejército más moral del mundo”); si ya sabemos que no van a detenerse milagrosamente invasiones como la que hoy se cobra diariamente la vida de decenas de seres humanos en Gaza; si ya sabemos que tras el espantajo del terrorismo se sigue asomando la faz del colonialismo, ¿por qué permitimos que nuestro gobierno disfrace su complicidad tras el pretexto de la no intervención? Si nuestra historia está tan profundamente marcada por la violencia de los proyectos coloniales, ¿por qué no tomamos un papel más activo en la denuncia del genocidio del pueblo palestino como ya lo han hecho otros pueblos latinoamericanos? ¿A qué le teme AMLO, si cualquiera que profese un humanismo de verdad habría encontrado desde hace mucho tiempo el mínimo de escrúpulos para romper relaciones con un Estado genocida y racista?
Si el Estado de Israel se sale una vez más con las suyas; si quienes lucran con los proyectos coloniales confirman en Gaza y en Cisjordania que sus políticas genocidas gozan de inmunidad diplomática, un nuevo ciclo de necropolítica se desplegará contra el Sur Global. Lo que está en juego en Palestina es más que la defensa de un ideal abstracto o de principios legales que nunca han tenido vigencia. Lo que está en juego para todos los habitantes del Sur Global es la posibilidad de resistir o de sufrir una nueva andanada de muerte. Ya sea el combate a los cárteles, el fantasma del terrorismo o la defensa de las sacrosantas inversiones y la libertad de mercado, a los halcones estadounidenses nunca les faltarán pretextos para instrumentar una nueva matanza de Cholula. La alternativa es clara: Gaza o muerte. Por el bien del Sur Global, primero la solidaridad con el pueblo Palestino.