En su autobiografía, Benita Galeana relata cómo, ante la amenaza de expulsión del Partido Comunista Mexicano (PCM), se enfrentó a golpes con José Revueltas (p. 137):
—Mira, Benita, si te opones, te expulsamos también.
—Mano, tú no eres nadie. El Comité Central es el único...
—Pero yo, como representante de él, declaro expulsados a todos los trotskistas, y a ti también.
—Mira, cabronsísimo, tú no me vas a expulsar.
—¡Me canso!
—Pues para que de veras te canses...
Me le eché encima y nos agarramos a trancazos.
Este es solo uno de los muchos episodios que Benita relató a poco menos de cumplir 40 años, sobre su paso por el PCM y sus primeras cuatro décadas de vida. Lo hizo con un carisma excepcional, narrando momentos verdaderamente terribles que reflejan cómo fue nacer, vivir y sufrir en la pobreza de Guerrero, México, durante las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, también dejó constancia de cómo una vida puede transformarse en un relato digno de ser recordado, no solo por su calidad, sino por la huella que dejó la visión de una mujer luchadora en toda la amplitud de la palabra.
Aprendió a leer cuando ya era lo suficientemente consciente de que las letras podían convertirse en un arma, y las utilizó con firmeza. Primero en las calles, organizando huelgas, enfrentándose a la policía, repitiendo consignas con la garganta rasgada por el esfuerzo. Luego, a través de la escritura, plasmó su historia en Benita, un testimonio que no era solo suyo, sino el de toda una generación de mujeres que se atrevieron a desafiar el destino que les había sido impuesto.
En las plazas y fábricas, su presencia se volvió constante. Se convirtió en una leyenda viviente, hablando con la voz de quien alza el grito por los silenciados. Se infiltraba en reuniones sindicales, animaba a los trabajadores a exigir mejores condiciones, y enfrentaba a patrones y políticos con la misma determinación. Fue encarcelada más veces de las que podía contar, pero salir de la cárcel nunca significó rendirse, sino volver a la calle con más fuerza.
José Revueltas la observaba con admiración. Para él, que conocía bien las traiciones y contradicciones dentro del movimiento comunista, Benita representaba algo distinto. No era una teórica, no se refugiaba en discursos abstractos; su militancia estaba hecha de carne, sudor y cicatrices. Revueltas, quien tantas veces criticó a los intelectuales de su partido por su desconexión con la realidad, hallaba en ella la autenticidad que le faltaba a muchos.
Los años pasaron y México cambió, aunque no tanto como Benita hubiese querido. El voto femenino llegó, algunas conquistas laborales se lograron, pero la desigualdad seguía presente, enquistada en las estructuras sociales. Sin embargo, su voz nunca se apagó. Hasta el final de sus días, continuó luchando con el mismo ímpetu con el que había llegado a la capital muchos años antes. Porque para ella, la política no era cuestión de cargos ni discursos; era la vida misma, la dignidad de quienes se negaban a ser olvidados.
La vida de Benita le permitió ser testigo de la Revolución Mexicana y del levantamiento del EZLN, y también la convirtió en el símbolo de lo que significa ser una revolucionaria del pueblo.
Benita Galeana (1994). Benita. CLACSO. https://biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/7984/1/Benita-Galeana.pdf