8 abril 2025

A 20 años del desafuero

La situación era más o menos así: el primer gobierno federal del panismo estaba por concluir. Escándalos de corrupción y frivolidad lo caracterizaron. Los hijos de Martha Sahagún haciendo negocios al amparo del poder de su madre. Las encuestas mostrando que el PAN no sería refrendado; al interior, un partido confrontado. Años después, Fox terminó declarando: “Me vomito en Calderón”. Por otro lado, la Ciudad de México se consolidó como el ejemplo de lo que se puede hacer con un poquito de voluntad política y reduciendo la visibilidad de la operación corrupta del gobierno. Primero Cuauhtémoc Cárdenas, luego Rosario Robles y, finalmente, Andrés Manuel López Obrador quien, luego de que en el 2000 ganara sin ser una figura extraordinariamente admirada, se convirtió en el abanderado de la esperanza de un cambio que Fox demostró no representar; por el contrario, el gobierno de Fox se dedicó a meter al empresariado a las instituciones del Estado a través de organismos autónomos. ¿Qué sucedió? Que los empresarios hicieron negocios jugosos y nada más.

El desafuero fue la joya de la corona hecha con los desatinos políticos del exgerente general de Coca-Cola. Fue la persecución de Fox lo que le dio forma y aceleró la construcción de alianzas sociales en torno a la figura del entonces jefe de gobierno. AMLO no perdió la oportunidad: “Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia. ¡Viva la dignidad! ¡Viva México!”, resonó en la Cámara de Diputados. Estas palabras decretaron el inicio de una nueva etapa en la historia política de México que lleva dos décadas de vida y que será, indiscutiblemente, la que domine durante al menos la primera mitad del siglo XXI.

A 20 años, la distancia es ideal para preguntarnos sobre lo que fue y también sobre lo que viene y lo que no debería venir:

¿Fue alguna vez un movimiento social? ¿Lo es ahora?
Lo fue. Durante un tiempo breve y turbulento, lo fue. Cuando el desafuero se convirtió en símbolo, cuando cientos de miles caminaron bajo el sol para escuchar a un líder hablar de dignidad y justicia, cuando se defendía el petróleo y se prometía un futuro mejor. Hoy, ese impulso parece una estampa vieja. El movimiento se transformó en partido y el partido, en maquinaria electoral. Morena ya no marcha; gestiona. Ya no desobedece; administra. Y los que alguna vez se sintieron parte de algo histórico, hoy están divididos entre el desencanto y la nostalgia.

¿Qué hubiera sucedido sin la ineptitud de políticos como Fox, Cevallos, Calderón? ¿Sin fraude?
No lo sabemos, pero hay una hipótesis inevitable: sin esa cadena de errores, arrogancias y descalabros, tal vez López Obrador nunca habría encarnado el papel del líder necesario. Tal vez el movimiento se habría diluido en la lógica institucional. Pero los enemigos que lo subestimaron, que lo atacaron torpemente, fueron quienes lo empujaron a convertirse en figura nacional. El fraude no sólo lo lastimó; lo consolidó. Fox, con su obsesión, le regaló historia. Calderón, con su legitimidad rota, le dio el contraste. Cevallos, con su cinismo, le dio el tono. Tal vez si AMLO hubiera llegado en 2006 con un Congreso dividido y menos tiempo para hacer alianzas y planear a detalle el qué, el cómo y el con quién, tal vez su gobierno no hubiera heredado una aprobación del 80 por ciento… La ineptitud política del panismo exponenció la capacidad política del presidente.

¿El lopezobradorismo desapareció y ahora tenemos una mezcla accidental de ideologías y posiciones que hacen que Morena sea un partido sin liderazgo ni ideología? ¿Es un catch-all party?
Sin duda. El lopezobradorismo fue una doctrina viva mientras AMLO hablaba todos los días, marcaba agenda y mantenía la mística. Pero Morena ya no es un movimiento; es un aglomerado. Hay expeñistas, expriistas, exizquierdistas, empresarios, burócratas de vieja escuela, jóvenes sin formación ideológica y operadores pragmáticos. No hay programa, hay planilla. No hay principios, hay cálculos. Morena se convirtió en un catch-all party con una sola misión: votos.

¿Morena da muestras de ser incapaz de lidiar con ser el partido poderoso y no la resistencia?
Durante años, su discurso y su estructura estaban diseñados para señalar al poder, no para ejercerlo. Gobernar exige algo más que convicción: exige consistencia, claridad, burocracia, formación de cuadros, visión. Y Morena no se preparó para gobernar; se preparó para ganar. Por eso hoy improvisa. Por eso da giros bruscos. Por eso muchos de sus integrantes repiten las prácticas de los partidos que tanto denunciaron. La resistencia ya no está en la calle, pero tampoco está en el poder. Está, quizá, en ningún lado.

¿El futuro de la política será de dinastía? ¿Cómo es que Andy López Beltrán no hacía política entre 2018 y 2024, como decía el presidente y, sin embargo, ganó su puesto en el partido? ¿Por magia? ¿La reforma contra la elección de familiares que presentó Claudia Sheinbaum es parte de un plan comentado informalmente de que, después de Andy, sigue algún otro hermano?
Todo indica que el porvenir inmediato tendrá apellidos reciclados. La negación del nepotismo, en boca del poder, suena hueca cuando las decisiones y candidaturas parecen heredarse en sobremesas familiares. Andy fue invisible oficialmente, pero visible para todos. Nadie sabe qué hacía exactamente, pero todos saben que tejía. La reforma que presentó Sheinbaum puede ser cortina o advertencia. Es una paradoja: el presidente ya no está, pero su apellido, sin duda, ganará elecciones. ¿Después de Andy viene otro hermano? Tal vez. La historia mexicana es experta en herencias mal administradas.

Morena tiene una tarea urgente: administrar su propio desquebrajamiento. Reconocer que el poder no se sostiene sólo con carisma ni con aparato electoral. Que no se puede gobernar desde la superioridad moral cuando ya se ocupa la silla. Y que las lealtades construidas a base de miedo o conveniencia no duran mucho. El camino es comenzar de nuevo, pero teniendo el control del cambio: una escisión es necesaria para perpetuar lo que no se quiere romper. Y el momento es ahora, porque los tiempos políticos son largos.

En todo el siglo no ha habido una figura o partido con la habilidad política para competir con López Obrador. Ninguno de esos priistas o panistas aprendió a jugar sin que la máquina estuviera arreglada. Hoy tenemos una oposición exclusivamente de derecha que no parece aprender: siguen simulando y corriendo en círculos. Sin embargo, si Morena no toma con seriedad el desgaste del tiempo, si no construye cuadros, si no acepta la crítica, lo que viene no es una nueva hegemonía, sino una implosión lenta. Y tal vez —solo tal vez— en unos años, los nuevos panistas, hijos del fracaso, sean adversarios más serios y menos pérfidos que los que enfrentó AMLO.